Por Tomás Modesto Galán
INTRODUCCIÓN
“Lo extranjero no está fuera, sino adentro de cada cual. Repetir que el desconocimiento del propio sujeto o individuo genera una extranjería para si mismo es una de las conclusiones que se derivan del ensayo de la búlgara Julia Kristeva en Para extranjeros nosotros mismos.”
Eugenio García Cuevas (Letras de Ultramar)
“…y que somos un pueblo que no acaba de cuajar. Un pueblo que se ha quedado a mitad de camino entre el ser y el no ser...”
Luís Ortega
Ni con unos ni con otros: con nadie
(El Diario la Prensa)
“A despecho de estos vaivenes, la relación nunca se ha roto. Mis clásicos son los de mi lengua y me siento descendiente de Lope y de Quevedo como cualquier escritor español... pero no soy español”.
Octavio Paz (Convergencias)
Todo estudio, de entrada, implica aunque no se diga de manera explícita, un temario o un cuerpo de ideas, líneas generales, ilusiones que deberán, en lo sucesivo, materializarse en un desarrollo posterior que habrá de iluminar lo que se anuncia en la idea central. La propuesta que antecede no es más que un proyecto monográfico, una interrogante, sospecha más que todo, hasta que la culminación de este proceso de investigación dé por descontado que lo planteado se comprueba. El resultado contrario implicaría el replanteo del esquema que a fin de cuentas no es más que una guía inicial que persigue la dilucidación de una verdad que puede arrojar el saldo curioso de otras que pueden estar agazapadas en la sombra.
Hablar de la literatura de un país expulsado, fragmentado, lanzado al mar, a las factorías del mundo, en busca de un mendrugo, fragmento de una patria con deseo de recomponer sus fuerzas, rotas por el fracaso, de un país que se ha convertido en emisor de si mismo, fuerzas desgajadas por una historia que sigue cultivando nuevos ocasos, con todos los atributos de este drama: genocidios, exclusiones, agonías que hoy se perfilan airosas y fantásticas. Quise decir con pesar que el horizonte hasta ahora le otorga un heroísmo despiadado a los mismos enemigos internos y externos, hoy transformados en una nueva metamorfosis descrita como neoliberalismo o globalización, tratados comerciales que ponen en entredicho soberanías o independencias hoy más dudosas que nunca. Puede ser que la diáspora literaria tenga la cabeza mas fría para entender la tragedia que la expolió y pueda traducirlo literariamente. Sabe que estos demonios económicos y políticos son los siameses del presente holocausto colonial de la posmodernidad, fuerzas invisibilizadas por los aliados de los invasores, pero concretas e identificables por la nueva literatura emergente, inteligencia lista para develar mentiras o traiciones, o combatir estos nuevos conatos de perversión de los cuales también ha tenido que diferenciarse.
La literatura del exilio fue hasta hace poco un cuerpo sin hondas raíces en las letras y en la cultura universal, un gesto que sobrevivía en los márgenes sin dejar de ser gerundio, armado durante aquel éxodo de los años 70, en el libertinaje más rastrero y revolucionario, un oficio de grupúsculos amargados con aquel mundo en transición hacia gestos democráticos más representativos, élites de artistas y literatos exiliados, entonces metidos a políticos acomodados en sus taxis, ilusionados por las múltiples corporaciones de multinivel, delante de mesas con vitaminas, exhibiendo ollas de presión, colchones o pantuflas, exprimidos por el pluriempleo que podía proveer un american dream imposible, continúan bodeguisados[1], rebeldes, escondidos en un combate que no oculta sus Chiapas más radicales, el triunfo de una revolución que no deja de ser inminente, una búsqueda que aun se enfatiza en el género literario nacional por excelencia, internacionalizado por la fuerza: la poesía, sea esta coreada o sin coro, apátrida, ilegal, escondida en los claustros, desmentida por su marginalidad, por su falta de legitimación, negada y sin suficiente abono cultural para crecer en los guetos de Washington Heights. Ya se ahogaba en la nostalgia de los años anteriores al gran éxodo, hablo de los años posteriores a la guerra de abril de 1965, gesta trunca por el lance aterrador de estos hasta siempre sin victorias, que quisiéramos algún día desmentir. El programa de contra insurgencia posterior al genocidio trajo estas aperturas sospechosas que vinieron a saquear profesionales, pequeños burgueses desesperados por aventuras y deseos de existir en el consumo. El fracaso se subraya cuando al simulacro de salvación (1965, 42 mil marines) de las fuerzas imperialistas invasoras le sucede la imposición, por vía democrática, del mayor testaferro del fascismo trujillista (Joaquín Balaguer, 1966-70) quien simulará en los Vuelve y vuelve que reencarnaría en una criatura democrática con nostalgia despótica del Padrino de todos los dominicanos, absolutismos que ya podían cuestionarse en publico, cuando los hechos, las persecuciones, los crímenes cotidianos y De Estado dieron lugar a que un pueblo estuviese de nuevo a la deriva, navegando con sus manuscritos, con sus dudosos documentos de identidad, transitando de tiranías a experimentos democráticos falaces, para volver a oler el proceloso mar del autoritarismo que todavía no le quita las ganas de resistir, de luchar por un futuro que desmienta esta falsa sensación de esperanza que aun parten de los Mall del imperio.
Los setenta fueron esos años de resistencia y frustración de un pueblo engañado por reencarnaciones despóticas: trujillistas, neotrujillistas, ahora en el poder por 12 años ciegos (u otros que hundirán nuevos cuchillos, si todavía pudieran) e imperialistas posteriores a
A través de esta investigación podremos comprobar por qué esta narrativa ya no es el simple apéndice de la literatura de la metrópoli, la de
Quizás no tenga todavía suficiente asidero para que redefinamos algunos de los conceptos que el tiempo se ha encargado de enriquecer o demoler: cultura dominicana, identidad, nación, estado, diáspora, literatura de la diáspora, exilio, auto exilio, para citar algunos ejemplos. Si pudiésemos ampliar esta lista descubriríamos otros que no vienen al caso. El exilio ha transformado el sentido de muchos conceptos, mitos, historia, leyendas y creencias en otra cosa. Si intentásemos ahondar en el sentido de la primera lista notaríamos que la nación limitaba a los nacionales a un territorio específico. Sería bueno saber si a la luz de la vieja definición los que hemos sido expulsados y que hoy nos auto bautizamos como diáspora o aquellos que se autoexiliaron o que fueron forzados a escapar voluntariamente del lugar de origen son parte de la nación emisora o pertenecen a un estado sin derecho y si este existe para los que ahora pueden votar en dos territorios, en los nuevos mataderos electorales (Juan Bosch) que el grupo Carter no puede certificar. ¿El concepto de estado también se ha transformado en nada, en una interrogante o ha perdido la antigua consistencia el concepto de soberanía? ¿Qué es entonces?, ¿continuamos siendo parte de un proyecto o somos una metamorfosis de los que llegaron un día con el sueño del regreso en la mirada, en los gestos, en la extrañeza con que se escurre entre otros extranjeros? O como apátridas, a propósito de patria que han dejado de ser madres, más bien adictas a lo que Maria Zambrano nos ha dicho con tanta lucidez, a expatriar o expulsar, para luego justificar con un sarcasmo: transformando a un país en mercancía de supervivencia. Conciencia nacional que ha entrado en crisis en cuento desde el estado se le ha pedido a nuestros nacionales que se hagan ciudadanos, aunque sea de quinta categoría de una país que hay trabaja el mapa de nuevas expulsiones. En suma, lo que se quiere es que nos transformemos en mercenarios.[i]
Se justifica que definamos en qué consiste esta literatura (la de la diáspora), cuáles son sus obras fundamentales, sus presupuestos más importantes, aunque nos ocupemos mayormente de los más novísimos narradores de la última década, en sus dos aspectos fundamentales: aquellos que escriben en español, sobre todo y que son considerados con toda el derecho dominicanos, aunque el significado de este gentilicio haya evolucionado, permaneciendo excluyente y discriminatorio, como otros gentilicios, revelando otros matices, haciendo cuestionable la misma definición del ser que ha generado el exilio y la de aquellos que solo escriben en inglés y que son considerados como dominicanos por herencia, de segunda o de ninguna categoría, dirían los que cuestionan su legitimidad, no por el dominio del idioma o porque sean deudores de una tradición cultural hispánica fuerte. Escogeré muestras que fortalezcan la existencia de una clasificación hispánica, en el sentido de que hay dentro de la diáspora que escribe en español voces que tienen más dependencia con la cultura, la política y la geografía dominicana, que tienen un grado de proximidad que le da a su literatura unas características especificas, una vulnerabilidad y una singularidad que no tiene, aunque la tenga en el sentidos que esperamos revelar, aquella literatura de los que crecieron de este lado y que aun hablando un pobre español o dominándolo en su oralidad. Su distancia les dicta unos matices, una autonomía que cada vez se torna más radical y que incide en su atractivo.
Pienso que la literatura de la diáspora no solo enriquece la bibliografía nacional, sino que ésta incide en la nacional y en las otras (española, norteamericana y latinoamericana) creando competencia, redescubriendo sus límites, interaccionando y retroalimentándose para mejorar su calidad.
En el transcurso descubriremos que esta literatura representa un porvenir distinto porque enfatiza el deseo de resistir de un pueblo y una cultura, que de no ser por este acervo, estaría llamado a morir sin utopías, sin ilusiones o deseos de reafirmar identidades, una vez singularizadas y falsificadas por una historia, una política, una economía, y una cultura que nos niega desde el horizonte nacional, que solo nos cede el mar como porvenir, el gueto como habitad y la posible muerte como garantía de que no tenemos ya más nada que perder. La diáspora representa ese renacimiento que no perdona el poder metropolitano, la patria expulsora. Se riñe con una patria ilegitima, a lo sumo conveniente.
El tópico en cuestión se presta para estudios más amplios y profundos. No hay muchos al respecto. Todo en gran medida está por hacerse: limitada crítica, publicaciones infrecuentes, espacios prestados, lectores poco abundantes, competencias en desventajas, vínculos con el país y sus instituciones culturales todavía en cierne, aunque con justicia debamos reconocer la ingente labor de pioneros meritorios. Creemos que el horizonte investigativo deberá ampliarse con el tiempo para que esta literatura pase a ser objeto de estudio por filólogos y críticos comprometidos con esta comunidad, todavía descrita como una minoría por los censos. Las notas que he leído de uno que otro simposio, los artículos de
En esta investigación he dejado fuera la literatura escrita por los enyolados es decir, por aquellos escritores dominicanos que llegaron a la isla de Puerto Rico en yolas y que por lo tanto han sido calificados en forma despectiva como enyolados u otros adjetivos. Puede ser tratado con el debido sentido investigativo en futuros análisis y en una que otra vertiente, la de los dominicanos o puertorriqueños que ponen atención a estos dominicanos que han utilizado esa isla como trampolín o como destino final hacia el norte. Es bueno aclarar que no es lo mismo llegar a un país, en este caso una colonia norteamericana, donde el idioma español es la lengua oficial que a un país donde la lengua oficial es el inglés y donde van a vivir un proceso de integración distinto o se mantendrán en los márgenes (guetos) que ponen la esperanza en un regreso cada día más ficcional.
Tampoco he creído prudente tocar la literatura de la diáspora del Caribe inglés ni podré tocar el impacto de la diáspora haitiana en la literatura nacional, entiendo que se relacionan con la diáspora y tienen o pudieran tener impactos que ameritarían enfoques, análisis, que aun están por hacerse y lo mismo diría sobre el ingrediente de la identidad y del color en la narrativa escrita fuera del país. Habría que investigar en qué medida aparece o reaparece el concepto de color en la literatura escrita en el exilio, dado que el contexto en que se mueven los dominicanos es similar al de las otras diásporas, sirviéndole esta experiencia para redescubrir algo que no es una preocupación en la literatura nacional: el color como señal de que los dominicanos constituyen una diversidad racial, cultural y lingüística que no ha sido totalmente descubierta.
[1] Derivado de la voz bodega, colmado, negocio o mercado pequeño
[i] Un reciente informe del Brooking Institute encontro, por ejemplo, que nuestra ciudad tiene la menor proporcion de familias de ingresos medios entre todas las metropolis del pais. Y mientras los planificadores de la ciudad, los constructores de lujo y el aburguesamiento reconfiguran los vecindarios tradicionales de clase media y baja, desde Brooklyn al Bronx, hay gran preocupación que las familias de bajos y medios ingresos estan siendo obligadas a marcharse de nueva York. (El Diario la prensa, 4 de abril de 2007, Nueva York