Saturday, June 30, 2007

Narrativa dominicana de la diáspora en los EEUU (fragmento)


Por Tomás Modesto Galán

INTRODUCCIÓN

“Lo extranjero no está fuera, sino adentro de cada cual. Repetir que el desconocimiento del propio sujeto o individuo genera una extranjería para si mismo es una de las conclusiones que se derivan del ensayo de la búlgara Julia Kristeva en Para extranjeros nosotros mismos.”

Eugenio García Cuevas (Letras de Ultramar)

“…y que somos un pueblo que no acaba de cuajar. Un pueblo que se ha quedado a mitad de camino entre el ser y el no ser...”

Luís Ortega

Ni con unos ni con otros: con nadie

(El Diario la Prensa)

“A despecho de estos vaivenes, la relación nunca se ha roto. Mis clásicos son los de mi lengua y me siento descendiente de Lope y de Quevedo como cualquier escritor español... pero no soy español”.

Octavio Paz (Convergencias)

Todo estudio, de entrada, implica aunque no se diga de manera explícita, un temario o un cuerpo de ideas, líneas generales, ilusiones que deberán, en lo sucesivo, materializarse en un desarrollo posterior que habrá de iluminar lo que se anuncia en la idea central. La propuesta que antecede no es más que un proyecto monográfico, una interrogante, sospecha más que todo, hasta que la culminación de este proceso de investigación dé por descontado que lo planteado se comprueba. El resultado contrario implicaría el replanteo del esquema que a fin de cuentas no es más que una guía inicial que persigue la dilucidación de una verdad que puede arrojar el saldo curioso de otras que pueden estar agazapadas en la sombra.

Hablar de la literatura de un país expulsado, fragmentado, lanzado al mar, a las factorías del mundo, en busca de un mendrugo, fragmento de una patria con deseo de recomponer sus fuerzas, rotas por el fracaso, de un país que se ha convertido en emisor de si mismo, fuerzas desgajadas por una historia que sigue cultivando nuevos ocasos, con todos los atributos de este drama: genocidios, exclusiones, agonías que hoy se perfilan airosas y fantásticas. Quise decir con pesar que el horizonte hasta ahora le otorga un heroísmo despiadado a los mismos enemigos internos y externos, hoy transformados en una nueva metamorfosis descrita como neoliberalismo o globalización, tratados comerciales que ponen en entredicho soberanías o independencias hoy más dudosas que nunca. Puede ser que la diáspora literaria tenga la cabeza mas fría para entender la tragedia que la expolió y pueda traducirlo literariamente. Sabe que estos demonios económicos y políticos son los siameses del presente holocausto colonial de la posmodernidad, fuerzas invisibilizadas por los aliados de los invasores, pero concretas e identificables por la nueva literatura emergente, inteligencia lista para develar mentiras o traiciones, o combatir estos nuevos conatos de perversión de los cuales también ha tenido que diferenciarse.

La literatura del exilio fue hasta hace poco un cuerpo sin hondas raíces en las letras y en la cultura universal, un gesto que sobrevivía en los márgenes sin dejar de ser gerundio, armado durante aquel éxodo de los años 70, en el libertinaje más rastrero y revolucionario, un oficio de grupúsculos amargados con aquel mundo en transición hacia gestos democráticos más representativos, élites de artistas y literatos exiliados, entonces metidos a políticos acomodados en sus taxis, ilusionados por las múltiples corporaciones de multinivel, delante de mesas con vitaminas, exhibiendo ollas de presión, colchones o pantuflas, exprimidos por el pluriempleo que podía proveer un american dream imposible, continúan bodeguisados[1], rebeldes, escondidos en un combate que no oculta sus Chiapas más radicales, el triunfo de una revolución que no deja de ser inminente, una búsqueda que aun se enfatiza en el género literario nacional por excelencia, internacionalizado por la fuerza: la poesía, sea esta coreada o sin coro, apátrida, ilegal, escondida en los claustros, desmentida por su marginalidad, por su falta de legitimación, negada y sin suficiente abono cultural para crecer en los guetos de Washington Heights. Ya se ahogaba en la nostalgia de los años anteriores al gran éxodo, hablo de los años posteriores a la guerra de abril de 1965, gesta trunca por el lance aterrador de estos hasta siempre sin victorias, que quisiéramos algún día desmentir. El programa de contra insurgencia posterior al genocidio trajo estas aperturas sospechosas que vinieron a saquear profesionales, pequeños burgueses desesperados por aventuras y deseos de existir en el consumo. El fracaso se subraya cuando al simulacro de salvación (1965, 42 mil marines) de las fuerzas imperialistas invasoras le sucede la imposición, por vía democrática, del mayor testaferro del fascismo trujillista (Joaquín Balaguer, 1966-70) quien simulará en los Vuelve y vuelve que reencarnaría en una criatura democrática con nostalgia despótica del Padrino de todos los dominicanos, absolutismos que ya podían cuestionarse en publico, cuando los hechos, las persecuciones, los crímenes cotidianos y De Estado dieron lugar a que un pueblo estuviese de nuevo a la deriva, navegando con sus manuscritos, con sus dudosos documentos de identidad, transitando de tiranías a experimentos democráticos falaces, para volver a oler el proceloso mar del autoritarismo que todavía no le quita las ganas de resistir, de luchar por un futuro que desmienta esta falsa sensación de esperanza que aun parten de los Mall del imperio.

Los setenta fueron esos años de resistencia y frustración de un pueblo engañado por reencarnaciones despóticas: trujillistas, neotrujillistas, ahora en el poder por 12 años ciegos (u otros que hundirán nuevos cuchillos, si todavía pudieran) e imperialistas posteriores a la Alianza para el progreso de los liberales del 63 y Jhon F. Kennedy, ahora celosos por crear otro frente para controlar las fronteras de la Cuenca del Caribe, no importa que los invasores de estos siempre hayan cerrado Vieques o que Guantánamo sea simplemente una cárcel sospechosa y contaminada como si Abú Ghraib fuera La 40 de los años de trujillato. El concepto de invasión, colonización, también ha cambiado, aunque le llamen Plan Colombia. Comienza el gran éxodo, mayormente agrario. En los 80 será menos agrario, un poco más urbano, más académico. El robo no solo de los recursos naturales, también de los profesionales (algunos por sospechas de querer reproducir la suerte del 59 y no en La Habana. Vendrá en las décadas que seguirán). La siguiente será la del éxodo hacia los guetos del imperio. Incluirá parte de lo que sería el germen de una inteligencia que ya para los 90 ha dado lugar a un movimiento que ya es más que un signo: Se ha formado una diáspora, con sus clubes de dominó, de béisbol, sociedades de amigos, periódicos comunitarios, agencias, escuelas e institutos del más alto nivel profesional. Pero ni este pueblo ni esta literatura son homogéneos. Los estudios venideros así lo atestiguarán.

A través de esta investigación podremos comprobar por qué esta narrativa ya no es el simple apéndice de la literatura de la metrópoli, la de la República Dominicana. Como es natural, el contenido de esta experiencia literaria fue procesándose, pasando de una transición nostálgica o de la politiquería que minó aquella literatura testimonial, social, instrumental de los años 60- 70 (década de bandas paramilitares coloradas, represión, mataderos electorales, contra insurgencia, genocidios y resistencia política y cultural), para arribar a un arte cada vez más comprometido con la lengua como instrumento artístico, como signo de que ha entrado en una búsqueda de las identidades del ser diaspórico y su historia, pero desde la perspectiva del lenguaje.

Quizás no tenga todavía suficiente asidero para que redefinamos algunos de los conceptos que el tiempo se ha encargado de enriquecer o demoler: cultura dominicana, identidad, nación, estado, diáspora, literatura de la diáspora, exilio, auto exilio, para citar algunos ejemplos. Si pudiésemos ampliar esta lista descubriríamos otros que no vienen al caso. El exilio ha transformado el sentido de muchos conceptos, mitos, historia, leyendas y creencias en otra cosa. Si intentásemos ahondar en el sentido de la primera lista notaríamos que la nación limitaba a los nacionales a un territorio específico. Sería bueno saber si a la luz de la vieja definición los que hemos sido expulsados y que hoy nos auto bautizamos como diáspora o aquellos que se autoexiliaron o que fueron forzados a escapar voluntariamente del lugar de origen son parte de la nación emisora o pertenecen a un estado sin derecho y si este existe para los que ahora pueden votar en dos territorios, en los nuevos mataderos electorales (Juan Bosch) que el grupo Carter no puede certificar. ¿El concepto de estado también se ha transformado en nada, en una interrogante o ha perdido la antigua consistencia el concepto de soberanía? ¿Qué es entonces?, ¿continuamos siendo parte de un proyecto o somos una metamorfosis de los que llegaron un día con el sueño del regreso en la mirada, en los gestos, en la extrañeza con que se escurre entre otros extranjeros? O como apátridas, a propósito de patria que han dejado de ser madres, más bien adictas a lo que Maria Zambrano nos ha dicho con tanta lucidez, a expatriar o expulsar, para luego justificar con un sarcasmo: transformando a un país en mercancía de supervivencia. Conciencia nacional que ha entrado en crisis en cuento desde el estado se le ha pedido a nuestros nacionales que se hagan ciudadanos, aunque sea de quinta categoría de una país que hay trabaja el mapa de nuevas expulsiones. En suma, lo que se quiere es que nos transformemos en mercenarios.[i]

Se justifica que definamos en qué consiste esta literatura (la de la diáspora), cuáles son sus obras fundamentales, sus presupuestos más importantes, aunque nos ocupemos mayormente de los más novísimos narradores de la última década, en sus dos aspectos fundamentales: aquellos que escriben en español, sobre todo y que son considerados con toda el derecho dominicanos, aunque el significado de este gentilicio haya evolucionado, permaneciendo excluyente y discriminatorio, como otros gentilicios, revelando otros matices, haciendo cuestionable la misma definición del ser que ha generado el exilio y la de aquellos que solo escriben en inglés y que son considerados como dominicanos por herencia, de segunda o de ninguna categoría, dirían los que cuestionan su legitimidad, no por el dominio del idioma o porque sean deudores de una tradición cultural hispánica fuerte. Escogeré muestras que fortalezcan la existencia de una clasificación hispánica, en el sentido de que hay dentro de la diáspora que escribe en español voces que tienen más dependencia con la cultura, la política y la geografía dominicana, que tienen un grado de proximidad que le da a su literatura unas características especificas, una vulnerabilidad y una singularidad que no tiene, aunque la tenga en el sentidos que esperamos revelar, aquella literatura de los que crecieron de este lado y que aun hablando un pobre español o dominándolo en su oralidad. Su distancia les dicta unos matices, una autonomía que cada vez se torna más radical y que incide en su atractivo.

Pienso que la literatura de la diáspora no solo enriquece la bibliografía nacional, sino que ésta incide en la nacional y en las otras (española, norteamericana y latinoamericana) creando competencia, redescubriendo sus límites, interaccionando y retroalimentándose para mejorar su calidad.

En el transcurso descubriremos que esta literatura representa un porvenir distinto porque enfatiza el deseo de resistir de un pueblo y una cultura, que de no ser por este acervo, estaría llamado a morir sin utopías, sin ilusiones o deseos de reafirmar identidades, una vez singularizadas y falsificadas por una historia, una política, una economía, y una cultura que nos niega desde el horizonte nacional, que solo nos cede el mar como porvenir, el gueto como habitad y la posible muerte como garantía de que no tenemos ya más nada que perder. La diáspora representa ese renacimiento que no perdona el poder metropolitano, la patria expulsora. Se riñe con una patria ilegitima, a lo sumo conveniente.

El tópico en cuestión se presta para estudios más amplios y profundos. No hay muchos al respecto. Todo en gran medida está por hacerse: limitada crítica, publicaciones infrecuentes, espacios prestados, lectores poco abundantes, competencias en desventajas, vínculos con el país y sus instituciones culturales todavía en cierne, aunque con justicia debamos reconocer la ingente labor de pioneros meritorios. Creemos que el horizonte investigativo deberá ampliarse con el tiempo para que esta literatura pase a ser objeto de estudio por filólogos y críticos comprometidos con esta comunidad, todavía descrita como una minoría por los censos. Las notas que he leído de uno que otro simposio, los artículos de la Dra. Daisy Coco de Filippis, de los doctores Franklin Gutiérrez y Silvio Torres Saillant, y del profesor y critico Esteban Torres, y de uno que otro, han sido de una valiosa motivación para el conocimiento de lo nuestro, si es que lo que le da vida, la distancia, no acaba consumiéndolo. Me ilusiona la idea de aportar algo al conocimiento y atención de que hemos carecido hasta ahora y es que al vivir en una comunidad lingüística multicultural, donde la lengua de mayor prestigio no es el español, a pesar de que las estadísticas hablan de unos 12 millones de ilegales y de unos 20 de residentes y ciudadanos, la superación de este obstáculos es y sigue siendo mayor, por eso apuntamos al fortalecimiento y prestigio de una narrativa de raíz hispánica, a fin de lograr la atención de editoriales, críticos, revistas e instituciones llamadas a impulsar y a promover lo que ya no enorgullece solamente a los dominicanos de ultramar, también a todos aquellos que han sido expulsados a otros confines. El auge y futuro éxito de esta narrativa servirá para aumentar la autoestima de una comunidad que ya ha quemado sus naves, mientras del otro lado los gobernantes continúan fortaleciendo el poder de una minoría oligárquica, herencia colonial y enemiga de la nación, para que lleguen más remesas, arriben nuevas yolas, estimulando con su auto desprecio la desintegración social, moral, cultural, producto de la dependencia.

En esta investigación he dejado fuera la literatura escrita por los enyolados es decir, por aquellos escritores dominicanos que llegaron a la isla de Puerto Rico en yolas y que por lo tanto han sido calificados en forma despectiva como enyolados u otros adjetivos. Puede ser tratado con el debido sentido investigativo en futuros análisis y en una que otra vertiente, la de los dominicanos o puertorriqueños que ponen atención a estos dominicanos que han utilizado esa isla como trampolín o como destino final hacia el norte. Es bueno aclarar que no es lo mismo llegar a un país, en este caso una colonia norteamericana, donde el idioma español es la lengua oficial que a un país donde la lengua oficial es el inglés y donde van a vivir un proceso de integración distinto o se mantendrán en los márgenes (guetos) que ponen la esperanza en un regreso cada día más ficcional.

Tampoco he creído prudente tocar la literatura de la diáspora del Caribe inglés ni podré tocar el impacto de la diáspora haitiana en la literatura nacional, entiendo que se relacionan con la diáspora y tienen o pudieran tener impactos que ameritarían enfoques, análisis, que aun están por hacerse y lo mismo diría sobre el ingrediente de la identidad y del color en la narrativa escrita fuera del país. Habría que investigar en qué medida aparece o reaparece el concepto de color en la literatura escrita en el exilio, dado que el contexto en que se mueven los dominicanos es similar al de las otras diásporas, sirviéndole esta experiencia para redescubrir algo que no es una preocupación en la literatura nacional: el color como señal de que los dominicanos constituyen una diversidad racial, cultural y lingüística que no ha sido totalmente descubierta.


[1] Derivado de la voz bodega, colmado, negocio o mercado pequeño


[i] Un reciente informe del Brooking Institute encontro, por ejemplo, que nuestra ciudad tiene la menor proporcion de familias de ingresos medios entre todas las metropolis del pais. Y mientras los planificadores de la ciudad, los constructores de lujo y el aburguesamiento reconfiguran los vecindarios tradicionales de clase media y baja, desde Brooklyn al Bronx, hay gran preocupación que las familias de bajos y medios ingresos estan siendo obligadas a marcharse de nueva York. (El Diario la prensa, 4 de abril de 2007, Nueva York

Gatos y otros cuentos


GATOS

A principio del siglo, un día lluvioso y oscuro de un mes que no puedo recordar por más que lo intento, la viejita que vive en el callejón techado número 53 con la muchacha herpética y sifilítica que mide el sombrío grosor de una aguja,y su hijo ladrón, arribaron al pueblo. Es la vieja que cuando duerme despierta a todo el barrio y aún es capaz de mover de posición las estrellas porque cuando está nerviosa hace tronar la nariz y la garganta como si fuese Dios.

Ese día, que no recuerdo bien porque la memoria me sigue fallando, llegó ella al atardecer en aquel barco lleno de voces que no correspondían a ningún viajero, con la primera pareja de gatos de la isla. Caminó y caminó todo el santo día bajo un aguacero torrencial que sacudía todo. La anciana intentaba cubrirse vanamente con un pedazo de periódico que era la única señal de la época que comenzaba a vivir. Sólo ese periódico que se diluía bajo el agua conservaba la fecha de su entrada al pueblo.

Cuando cesó de llover después de tres días y tres noches que todo lo hundía bajo el agua, los únicos habitantes del pueblo, los que se habían quedado cuando la compañía bananera se fue para el norte, la encontraron en el quicio de una puerta. Los gatos caminaban sobre ella y le lamían el rostro dormido.

Los habitantes desaparecieron como si fueran sombras. Desde la ventana sólo miraban, supuestamente, el silencio, porque nadie vivía allí desde hacía años, en aquel puerto fronterizo. Nadie estaba para recibirla maquillada como en su juventud. La tristeza de 1a mujer era inmensa, pero no dejaba que se le asomara una lágrima. Mejor aún, se arreglaba el pelo con las uñas y con un poco de saliva en la palma de la mano se humedecía el rostro.

La indiferencia y la soledad la hacían abrazar los gatos como si sólo ellos habitasen esa esquina del mundo. Dejó de soñar y despertó. Las mascotas la seguían por todos lados. A poca distancia e podían ver las puertas cerradas a esa hora, y el sol que ahora salía para iluminar la humedad del lugar y dejar ver las aldabas y los candados derruidos desde que se fueron todos. No se sentía ni un alma, nada que viviera respiraba a esa hora de la comida cuando los fantasmas apagan los radios y dormían hasta que alguien recordara que había que abrir las puertas porque el sol se había ido. Mientras tanto no hay nadie. Entonces uno de los gatos habló con su ama:

-Candú, ¿podría saber dónde estamos?

-Nunca lo sabremos. Estamos fuera del mundo.

-¿No hay ratones aquí?

-¿Qué vamos a comer, Candú?

-Cállense, algún ratón aparecerá, si no haremos uno de plástico.

-¿Tampoco hay niños?

-Suena como si estuviéramos solos, pero puede ser falso. Hay puertas que no tienen cerrojos, sólo están juntas. No se desesperen.

-¿Por qué no hay pájaros sobre el mar ni sobre las ramas de algún árbol deshojado?

-No lo sé, es lo que de igual modo quisiera averiguar, pero somos extraños y debemos tener cuidado con hacer ruido. Puede ser que no haya policías en este pueblo, ni sirenas, porque nadie se enferma ni se muere de nada. Puede ser un pueblo feliz. A lo mejor hemos llegado al pueblo de los niños felices.

Estaban en la esquina de la estación. Un tren pasó sin hacer ruido. Siguieron viéndolo a medida que se alejaba, pero cuando se abrió la puerta de la estación, nadie estaba allí.

-A lo mejor la gente nos ve y se esconde, o quizá no tenemos capacidad para verlos. Quizás no llegamos en ningún barco y esto fue sólo un sueño, una broma pesada de alguien que cambió de posición las cosas para que nos pasemos la vida buscando, nada más buscando dónde acampar, hasta que el barco vuelva de nuevo a buscarnos como pasa cada vez que nos deja en un puerto.

Después de muchos días de buscar en vano una prueba de la existencia de alguien o de comprobar de qué zona nos llaman, quién canta o quién mueve una mecedora vacía después de haber dormido a los niños para que el sol no los queme a esa hora en que desaparecen las ciudades del trópico porque el sol prohíbe el tránsito de los ancianos y de los niños, entraron en la parte más solitaria de la bahía abandonada.

Seguían siendo las doce. Las puertas continuaban cerradas y los patios no tenían perros que estuvieran descansando por toda la vida del sol de las doce. Candú siguió hablando sola, quizás con los gatos silenciosos que la seguían, mientras contemplaban el aceite escurridizo de algún barco. Caminaron por toda la orilla, hasta la mina de sal, sin ver la sombra milenaria de algún pez diminuto, ni el retorno de un ave sospechosa. Sólo el aceite evaporado que desdibujaba sus rostros y un repentino viento que venía de las profundidades del horizonte, volvía a mecer los botes amarrados a un poste cortado de prisa.

-Debe ser un puerto de pescadores solamente.

-Sí, no cabe duda de que hay algunos pescadores. A lo mejor están en alta mar y no vienen hasta mañana. No pueden llevarse toda la familia a pescar, los perros, los pájaros, los gatos. A esta hora puede ser normal la ausencia, el aburrimiento. Tal vez vuelvan a las dos. Esperemos. Mejor sigamos conociendo el pueblo hasta que algo pase.

Regresaron por la acera opuesta de la calle principal mirando que las casas no tenían número, cada una estaba identificada por un color borroso y las calles no tenían nombres en los postes derruidos, sólo imágenes de pájaros. Luego a medida que caminaban, miraban hacia atrás y aquel pueblo desaparecía. Ya no había bahía.

El sueño de repente borraba el recuerdo, la imagen de aquella viejita que pedía frente al correo de la zona colonial, muy cerca de la casa del comendador Ovando, desde allá se puede ver el río Ozama. Un felino como yo, que he recibido la información de mi abuela, no tiene suficiente autoridad para recordar cómo llegaron los hermanos de ella a esta media isla. Sólo recuerdo que ella vino a la Avenida Isabel la Católica y llevó la carta a la oficina postal para sus familiares de Puerto Hermoso de quienes nunca recibió respuesta. Luego se acostó en el catre cerca de la sifilítica que se vino a vivir con nosotros desde el principio y durmió hasta que 105 gatos caminaron una y otra vez sobre su cuerpo debilucho de dos siglos. Luego se despertó por última vez y me dijo:

-Viene el barco, no lo pierdas, abórdalo inmediatamente, antes de que vuelva a irse y no tengamos esperanza.

Desde la bahía vimos que el barco encendió las luces y una mujer joven, parecida a la abuela, a la foto que se ha comido el tiempo y el silencio, se irguió e hizo ondear un pañuelo de muchos colores, que a medida que se alejaba se convertía en una gran bandera blanca de tonos indefinidos atada para siempre a ese mástil del tiempo y del olvido.

EL ROBO DEL GÉNESIS®

El hijo de la señora Antonieta Simón recibía en el mes de Julio del ‘94 la tercera amenaza escrita de que debía entregar el GÉNESIS®, o se expondría a una represalia que lo conduciría, sin posibilidad de avisarle a su madre, a un primer infierno. Según la misiva conminatoria, sería tomado como rehén del grupo A, que tenía interés en que se recuperase el juego secreto sin ningún retraso.

La madre del niño llamó al padre para que viniera a leer la carta que estaba sellada manualmente con un signo sombrío de cuervo picoteando un ángel degollado y luego la firma impersonal de alguien nombrado el Killer. Para no dejar de reforzar su decisión de que el niño corría peligro, concluía con un niño atravesado por un puñal agudo y la calavera de la muerte en pelotas.

El padre, aunque no quería creer que su hijo de apenas siete años estaba recibiendo amenazas semanales de un niño jefe de su misma edad, persuadió a la madre para que montara vigilancia y no lo dejara salir solo, a menos que un adulto estuvıera en compañía de él en la acera donde esperan los taxistas de una base fantasma.

Para evitar que aquella amenaza se materializara, el padrastro del niño hizo guardias durante todo el mes de octubre desde una posición de donde no podría ser visto con facilidad, hizo suya la azotea del edificio de enfrente y con una linterna verde estuvo esperando el ataque, que no se cumplió con efectividad para la fecha en que se esperaba.

El GÉNESIS®estaba en el cuarto del niño encerrado en una caja fuerte asegurada con un candado invisible. Nadie podría abrirla. No cabía la menor duda de que el juego resistiría un enorme incendio. El único temor era que encontraran la llave y esa última semana tenía previsto llamar al sacerdote para que la escondiera dentro de la parroquia del Monte Carmelo.

Sabían que estaba en peligro y si lo atacaban y moría, su madre no tendría más alternativa que entregarlo a los pandilleros. Ese domingo la madre le pidió a la tía, que estaba de vacaciones en la casa, que pusiera los cerrojos en todas las ventanas porque los amigos del Killer estaban mirando desde la esquina del semáforo en verde derribado en la esquina. La tía lo calmó:

-No te preocupes, nadie podrá entrar en tu cuarto.

-Puede suceder, tía, lo del vaporizador, como el día que te casaste con Raymond Labia.

-No hubo una razón válida para que alguien lanzara ese peo químico sobre las flores de la sala, cuando me iba de luna de miel con Ray, entonces caí desmayada en los brazos de tu padre, luego me sacaron para la acera con la ayuda del novio de tu madre, el padre de tu hermana y el padrastro tuyo. Todos los visitantes tuvieron que salir para la calle con los niños y el cura desmayado del barrio. Llamaba a su madre porque creía que había Ilegado el juicio, como ese día que fuimos a celebrar la llegada del verano a Orchard Beach, cuando nos arrastró un viento helado, repentino, lluvioso. Caíamos enterrados en la arena y luego nos agarramos con desesperación a los árboles que se desplomaban asustados por el viento, las mujeres oraban abrazándose en círculo y llorando con los rostros cubiertos de arena hasta que el pequeño tornado se fue.

-Tía, llama a Fabricio si dinamitan el GÉNESIS®, puede ser que al no podérselo llevar quieran detonar los fuegos que compraron para el 4 de julio. No dejes abierta ni una sola ventana. Pueden incendiar el apartamento con una vela romana, o las patas de gallina podrían quemar el colchón que compró mami el día que se casaron Raymond Chevalier y mi tía Reinalda.

-Ellos están así porque el día de la ganga se agotaron y éste era el último. No creo que vuelvan a sacar uno como el mío, va a ser muy difícil, a pesar de la demanda. Ellos no se portaron bien, no le llevaron las chancletas a su papá hasta el sillón donde mi madre tiene que levantarlo a orinar y a lo mejor no pusieron hierbas frescas debajo de la cama, ni compraron la malta morena que me dijo tío Julio que era buena para calmar 1a sed de los camellos que vienen de Fordham. Deben tener mucha hambre los de La Tercera porque las galletas y los cigarrillos Monte Carlo que compramos mi hermana Nadia y yo se los fumaron los magos orientales y no vi ni una sola huella de las que tu profesora paralítica me enseñó en el libro de Los Animales Del Desierto. No deberían fumar tanto los reyes después de un viaje tan largo y tedioso. Ese cartón de cigarrillos lo compró tía Somalia la semana pasada. Hoy en la mañana la vi fumando en su cuarto frente al letrero de “No Fumar” que Fabricio trajo de la 181 a mi madre, porque el novio de ella, que viene los sábados, no deja de fumar, ni se quita la gorra hasta que ella no se lo pide.

La semana siguiente Peter Simón pensó que todo estaba bien y que los proclamados asesinos del grupo A lo iban a dejar así y no lo iban a seguir a la bodega Rositas para pedirle que les cediera el GÉNESIS® por las buenas. Entonces volvió a salir a jugar a la acera porque su apartamento era muy pequeño y se mareaba mirando las paredes de flores artificiales y los espectaculares muebles coloniales denominados Luis XIV, que su madre compró con el dinero de la ropa interior.

Después que se cansaba de jugar con el GÉNESIS® que su padre le había prometido si pasaba del curso reprobado, y no hacía que su madre le gritara toda la noche que se bañara y que ayudara a la hermana a pronunciar una palabra difícil que le habían enseñado en Mount Hope, salía a la acera. Mientras tanto, su madre lo miraba por la ventana.

Desde la otra cuadra divisaron a Killer y su cuadrilla. Vinieron y se lo llevaron hasta la cancha de básquetbol apuntándole con una pistola cuarenta y cinco de plástico azul mientras los otros lo seguían con ametralladoras inteligentes de agua fría, de esos juguetes que su padre no quería comprarle. Y lo ataron al poste de luz y lo torturaron diciéndole que iban a lanzar otro vaporizador en la noche. Le contaron pesadillas, los peligros que corría él y su familia si no se deshacían de aquel juego cibernético lo antes posible. Luego lo desataron y lo pusieron en libertad para que lo pensara.

En la tarde llegó la última carta sin fecha en la que planteaban que podían negociar sin hacerle daño al niño, ofreciéndoles la alternativa de que se los vendiera ya que ellos lo dejarían jugar con él cuando lloviera y estuviera aburrido. El sobre tenía un sello seco con el relieve de un puñal ensangrentado que mataba un insecto.

La madre convocó la junta de vecinos y llamó a Fabricio, amigo de la casa, al novio y al padre del niño. El grupo decidió poner el caso en manos de la policía. Ese día al muchacho le robaron la gorra de los Toros y la cadena de 14 quilates a la salida de la escuela, entrando al parque solitario de Claremont, mientras esperaba a Fabricio, porque su madre no había salido del hospital y el tío Eduard Pereira no había terminado el trabajo en el cuarto oscuro a tiempo.

La junta de vecinos determinó que se negociara un encuentro en un parque solitario con los miembros de la pandilla y el Killer, que era un niño adoptivo cuyos padres habían huido al momento de él nacer y nunca se supo si aún vivían en alguna parte del planeta neoyorquino. Medía 5 pies y 3 pulgadas, los ojos negros y vivos le daban una expresión de odio y placer incomprensible. La madre adoptiva del Killer había hecho todo lo posible para encaminarlo correctamente hasta que aquél comenzó a ver películas de bandidos y gángsters y se mudaron en aquel barrio alegre y vulgar donde habían otros niños como él, que necesitaban de la protección de Dios. Durante el encuentro hablaron los niños y sus padres. La madre del niño Simón hizo un reclamo:

-Que antes de la firma del Plan De Paz los autores de la carta renuncien a su contenido y prometan escribir sobre no violencia.

-Aprobado, en frente de ustedes quemaremos el sello y las cartas, echaremos al fuego las armas inteligentes. (Fue la observación del Killer con el asentimiento de los otros).

El niño Simón prometió permitir que los demás leyeran y jugaran con el Génesis a discreción de su madre y del tiempo de hacer las tareas.

-Aceptado como positivo, de ahora en adelante nadie monopolizará el juego, ni lo rentará a otro para que lo use sin permiso de sus padres.

-Se eliminarán las escenas violentas para evitar que esto motive nuevos enfrentamientos – dijo el ministro que vivía en uno de los apartamentos del edificio Betania.

-Durante los días de clase nadie podrá encerrarse a solas con él. Queda prohibido obsesionarse con sus imágenes ociosas a menos que sea día feriado y no haya otras obligaciones. Hacer lo contrario podría ser mortal y hasta tendríamos como alternativa esconderlo para siempre. Fue la última acotación del hombre que maneja La Ruta 6 y que viene solo como observador vestido de civil.

Tomadas las actas de lugar, el secretario de 1a reunión sometió el documento para 1a firma y aceptación de todos. Luego se fueron al chorro que estaba en las proximidades del gimnasio.

EL TÍO PABLO

Al niño Juan Pablo Silié

Mi tío Pablo vivía solo cuando mi tía Felicia murió de asma. En la casa no había ni siquiera un gato. El perro había muerto de vejez el año anterior siguiendo la tradición de morir en el momento de orinar en un jardincito redondo. Un día dejó de entristecerse cuando miró por la ventana que sobre el alféizar había una pareja de pichoncitos sobre un nido que él no podía recordar porque estaba tan afligido con la partida de la única mujer de su vida, y con la idea de que no sabría cómo empezar, que se quedaba dormido con los ojos abiertos.

Estaba tan cansado el tío. Para esa época ya habían dejado de visitarlo y ya era demasiado tarde para que continuaran dándole el mismo pésame, los mismos amigos y familiares, que se fueron alejando para que él comenzara a vivir su nueva vida. La mujer de su juventud se había ido sin avisarle y le había dejado ahí todas la cosas que solía utilizar. Caminaba su propia casa sin entusiasmo hasta que recordó que no había mojado las plantas desde el velorio, ese acontecimiento lo asustó porque también iba a perder otras cosas.

Al subir la ventana, efectivamente habían desaparecido las flores, sólo quedaban algunas hojas y algunas raíces, pero en el fondo, poco a poco iba emergiendo algo así como un príncipe y dijo:

-El príncipe del aire.

Otra vez tendría otro príncipe rojo que no lo dejaría solo como tía Felicia. Luego sintió una humedad inusual y un leve aleteo de vida que emergía de algún reducto del aire. Unos pichoncitos se posaron sobre su cabeza y su hombro, luego ocuparon la salita desordenada. El tío Pablo retiró los insectos que habían traído los padres, dejando las ramas, la pequeña casa circular plantada sobre su aire descompuesto. En su imaginación volvió a recobrar la imagen de tía Felicia, diciéndole que limpiara el aire de esos insectos y que no dejara asentar una paloma ahí porque un día entrarían y se acabaría la privacidad.

Tío retiró la mano y se puso a imaginar que estaba húmeda y sucia. Ahí continuaban los insectos y los huevecillos transportados desde algún parque. Cerró la ventana. Respiró hondamente. Sacó de la gaveta un libro que hacía tiempo que no leía: El Mantilla. y en su imaginación llamó a Alberto, el hijo de la tía Felicia, volvió a los siete años del niño que ya hacía carrera universitaria.

El niño acompañaba a su tío los fines de semana al parque, por eso el tío le leía historias de animales que habían muerto durante una travesía y que renacían con el movimiento de una mano, con un deseo. Historias de fiestas en las que siempre moría la gallina o la paloma de alguien. A veces un becerro perdido en el momento en que nacían ardillas, en los parques o saltaban los peces de un niño criados en una batería negra en el fondo de un patio de risas y pájaros, algún conejo o gallina se ahogaban durante un incendio. Luego renacían por arte de magia como muchas veces creyó ver a tía Felicia fregando los platos del día y tendiendo la mesa para la cena. Creía que esas historias le estaban sucediendo a él, en ese momento, esas palomas y sus pichones escondidos en esa pared de aire.

-Mira Alberto, las palomas siempre han venido aquí. Antes de yo vivir aquí ya venían. Todos los años vienen a celebrar la Navidad. Se pasan las primeras horas del año y luego se van. Pero es aquí que comen alpiste. Ellas habitaban un edificio grande, alto, de gente que se iba durante el día y aparecía en la noche, o después de las cinco de la tarde, cansados, con sus hijos en la espalda. Venían de forma esporádica. A mi ventana llegaron unas, cuatro o cinco. Y como me gustaba verlas volar cerca de mí, las dejaba quietas para que no se asustaran, por eso me retiraba lentamente, en puntillas, sin hacer ruido, para verlas de lejos. Luego comenzaron a traer palitos, ramitas, hojas secas, restos de cartas destrozadas por el viento, migas de periódicos, gusanillos para la siesta y formaron lo que ves, esos nidos o casas circulares donde calientan sus huevos.

Un día se me ocurrió ponerles cartones para evitar que el viento destrozara sus casas y encerré muy cerca de ellas, entre cristales, al príncipe del aire para que no se lo comieran si hubiese una hambruna. Fue después de un tiempo que aparecieron los primeros pichoncitos, luego vinieron los tíos a visitarlos desde otras cuadras o a hacer círculos mandándole un mensaje de amor al grupo. Tenía noches de malos sueños y veía gatos que querían comérselos o recordaba los sacrificios de aves en la isla, enfrente de los niños con agua hirviendo y la lata donde se revolcaban antes de abandonar el amor del mundo. Después llegaban los padrinos a ver las aves muertas, los patos amarrados cerca de las jicoteas y las palomas con las alas cortadas cerca de los niños que cumplían año.

Una noche encontré las plumas de mi gallina sobre la puerta del cuarto de mi madre y mi hermano no había llegado de la calle donde vivíamos el año anterior. Cuando aparecían plumas en alguna puerta mi hermano no estaba en casa. Mi madre las usaba para rascarse los oídos, por eso no decía nada y había niños que se disfrazaban de indios con esas plumas que a mí me aterrorizaban.

Un día pensé comérmelas, tenía hambre y Felicia tardaba en venir de la fábrica. Cuando tenía los nidos en la mano me arrepentí. Seguí ayudando a esa familia a crecer para que otros se las comieran en algún sitio o para que se precipitaran sobre un tren que las asustaría haciéndolas morir de disgusto, tal vez del corazón, porque las palomas tienen un corazón frágil: cuando se cansan del ruido mueren sin saber sobre el pavimento de la avenida. Por suerte los gatos estaban en los primeros pisos.

Un día me horroricé al soñar que los padres de las palomas habían roto el cristal y se habían comido al príncipe antes de que yo lo cortara y lo pusiera sobre la mesa del comedor. Ese era el único recuerdo de Felicia: pensaba que un día iban a penetrar las habitaciones y ocuparían la casa convirtiéndola en un palomar sin que yo supiera volar. Eso no importaba. Era el príncipe del aire.

Después de mucho tiempo comencé a notar que todas las ventanas de los demás apartamentos y de otros edificios vecinos se estaban llenando de pichones y palomas y toda clase de aves. Notaba que esas familias crecían más rápido y era que estaban abandonando los parques, los árboles, los dinteles, las chimeneas, los rieles de una vía muerta. Los vecinos ponían sobre el quicio grandes cantidades de comida, alpiste, agua, nidos fabricados artificialmente. Noche a noche el aleteo no nos dejaba dormir. Abría la ventana y ahí estaban los pájaros aleteando en la noche.

Tuve la idea de cazarlas para que me dejaran dormir, pero no tenía arma. Luego noté que los vecinos hacían fiestas, dentro de las habitaciones, disparaban sobre las aves para reducir su población y mitigar el hambre que hacía escala en las noches. Lo hacían a discreción, sin aplicar los sacrificios más crueles, simplemente las freían con tostones y grandes botellas de vino con mamajuanas importadas del Mercado Modelo. Dos semanas y volvían otras que eran comidas como por arte de magia. Ellas no se daban cuenta. En la única ventana que ya no habían palomas era en la mía, por eso mandé a construir una campana que coloqué cerca de la pared del aire, próximo al príncipe de Felicia, para asustar a la primera que intentara comérselo sin permiso. LAS PALOMAS Y EL MAPACHE

Una mañana la niña Sarah estaba esperando a su madre que trabajaba en un hospital que está cerca de un río, desde donde se pueden ver los veleros ir corriente abajo arrastrando un sábalo gigante, y donde los enfermos se iban a recuperar de una enfermedad incurable a la orilla.

Ese día se puso a mirar por la ventana de su casa de muñecas. El sol maravilloso la besó en la frente. Sobre el suelo del jardín permanecían algunos copos de nieve completamente sucios por las huellas de los gatos de la cuadra y del perro que las perseguía desde el jardín del pino solitario. Ahí el primer sol de primavera no había podido hacer su trabajo porque todo el que pasaba por el frente de su capilla ardiente se quedaba mirando el pino que no crecía, vestido de blanco hasta las rodillas, los ojos, los brazos se emblanquecían levemente. Se veía quietecito como un niño a quien se le ha castigado con permanecer de pie hasta que cambiase de estación.

El pino era una regla verde para medir su crecimiento. De vez en cuando la madre la bajaba al jardín y la medía junto al pino para ver si no se iba a quedar enana como él. Tenían la misma edad, pero echaba de menos a su madre, quienvivía al sur. Fue tío Cristian que lo trajo de uno de esos viajes de Ohio. Su madre se lo entregó a mi tío porque no tenía cómo alimentarlo. Tenía una familia de pinos enorme que vivía de los milagros, de la suerte de la lluvia y del viento y papá pino ya estaba muy enfermo. Así que se lo regalaron a tío Cris Encarnación, que venía a fin de año con los regalos de mis primas, las hijas de tía Mirta.

El miedo a los aviones lo asustaba, pero venía a ver a mi abuela que no podía moverse porque le había crecidola pierna izquierda durante el invierno pasado. A tío Cris no le gustaba el mar ni la altura, ni las Tormentas en el desierto. Por eso dejó el ejército, porque no le gustaba el ruido de las ametralladoras. Prefería tocar un instrumento que lo hacía pensar en Mirta y en la isla de donde venía.

Ese día, cuando Sarah miraba por la ventana para ver si alcanzaba a ver a su madre por ese ojo mágico que había abierto con la respiración en el cristal de la capilla-ático, descubrió un ojo que comenzaba a borrarse. A lo mejor fue su hermano y ella no se acuerda que rompió la cortina para no tener que abrirla completamente, pero el del cristal había sido Sarah respirando intencionalmente sobre el azul plástico.

De un momento a otro aparecía dibujada sobre el cristal como una virgencita enana, y abría la ventana cuando veía que llegaba el mapache, que todos los días venía a comer al pie y luego se dejaba abrazar como un niño que tiene una amiga secreta, o un mozalbete que busca la libertad lejos de la tierra. Cuando el mapache comía ella lo abrazaba como al hermano de afuera. Las palomas de los techos vecinos volaban precipitándose al mismo tiempo sobre el quicio para compartir la charla, o disputarle una sonrisa mientras ella esperaba que su madre abriera de improviso la puerta de hierro negra sin buzones. Desde el frente otras palomas prometieron divisar a su madre desde la escalera de incendio, cerca de sus nidos, para que no se le cansara el cuello.

Cada paloma le contaba cómo había pasado la noche, qué sueños y desvelos habían tenido esperando un pichón en la escalera del súper Cuero, al borde de la chimenea clausurada de Mount Hope por donde se escondía el mapache.

Sarah conocía una por una todas las palomitas. Las que dormían sobre las ventanitas del último piso del 110 y las que venían de Anthony. Las vicisitudes, con el viento, el frío en las alas, en las patas, la falta de alpiste al pie de la ventana de doña Rosa que estaba operada de una úlcera. Hablaban del humo que no las dejaba conciliar el sueño, el humo espeso de la calefacción, el de los fumadores y la posición de los gatos esperando una oportunidad, un falseo en las alas para comérselas y los ladridos de los perros en la noche. Hablaban largamente de los pordioseros que no pegaban los ojos en el parque de Claremont por temor a ser robados por un lobo. Las palomas que por falta del árbol cortado donde la mujer que bebe los fines de semana en el 224 tenían que refugiarse en el edificio quemado de Morris y Mount Hope. Ahí habían hecho nido algunas, pero el ruido de las máquinas derribando las paredes, el de los constructores montados en un cisne o dentro de un flamingo amarillo destruyendo la acera o las grandes bolas de cemento que las habían hecho huir hasta la escuela de Walton. Las palomas del 110 tenían problemas con la música estridente y las luces que nunca apagaban los inquilinos.

Todas le tenían esa confianza a Sarah que hasta la invitaron a dar un paseo en lo que su madre llegaba del hospital del río, pero Sarah no quería que su madre entrara sola, o dejar de abrirle como lo hacía cuando ella tocaba el timbre oxidado o derribaba la puerta de hierro o llamaba desde el taller donde arreglaban los televisores de tío Néstor. Eso ocasionó los celos del mapache que ascendió las azoteas y las chimeneas más altas para poder verla por última vez.

Sarah se agarraba a las alas de las palomas más grandes, al principio tenía miedo, pero la suavidad de las plumas y la seguridad del vuelo la encantaron hasta el punto de que olvidó el tiempo, el hospital, el beso al pie de la puerta de hierro negra, y la ventana abierta por donde podía entrar el mapache y asustar a su mamá, que no lo conocía.

Fue un viaje maravilloso, eterno. En esta parte de la ciudad no había árboles, por lo que tenían que volar hasta encontrar las velas de alguna embarcación abandonada o un malecón tranquilo cerca del mar más próximo al hospital.

Volar requería prácticas, ejercicios, grandes alas, como las que de repente le habían nacido a Sarah sin que se hubiese dado cuenta. Eran alas prestadas que debía entregar al aproximarse a casa. Algunas veces se posaban a descansar sobre la antena de algún edificio lujoso, sobre los espejuelos de algún niño dormido o sobre algún árbol prisionero que crecía sobre la azotea de alguna mansión. Las palomas soltaban a Sarah en el aire para ver si movía los brazos y alcanzaba la velocidad de ellas, en los descensos la sostenían con más fuerza, y se detenían sobre un cine abierto al público. Aquella familia feliz de palomas concitaba la atención de otras y hacían círculos, dibujaban frutas en el aire, sueños, hacían magia de la que Sarah participaba como si fuera una de ellas.

Cuando por fin llegaron al parque que buscaban, se pusieron a descansar sobre la hierba verdísima. Luego iniciaban los entrenamientos de vuelo para los pichones, entre los cuales estaba Sarah. Las mariposas escapadas de los laboratorios señalaban los límites del vuelo, la postura, la posición del pico, la apertura de las alas. Los padres, los vecinos, los tíos y los primos hacían otra gimnasia, dormían hasta que anunciaran el regreso a Mount Hope. Los ejercicios respiratorios le daban más fuerza a los ancianos, a los que los pequeños les rascaban las plumas. Otros preparaban la comida del regreso para comer durante el vuelo.

El viaje fue muy divertido, pero Sarita Raquel llegó cuando su madre ya estaba en casa con su hermano mirando por la ventana a ver si el mapache aparecía y podía darle razón de ella. Fue entonces que él y su madre se quedaron absortos, o asombrados, sin poder hablar, cuando vieron que cuatro palomas mensajeras con las alas extendidas traían a Sarah de regreso. Las palomas se disculparon y asumieron la responsabilidad por el paseo que estaba previsto que terminara cuando su madre tocara el timbre y su hermano subiera con sus compañeros de estudio hasta la galería para jugar béisbol en el patio. La niña nunca supo lo que pasó, porque se había dormido durante el vuelo y la madre la acostó en el momento en que dejaba de leer El libro de las palomas.

La ficción de lo pictórico en El olor de las yeguas de Fernando Ureña Rib


Por Tomás Modesto Galán


A propósito del honor que me ha brindado hoy la dirección de este centro cultural-librería Caliope en la persona de su ejecutivo, el señor César González, de presentar una nueva obra nacida en ese otro ultramar de la república, se me ocurre que hay que continuar proyectando e incentivando la cuentística dominicana no solo en su versión escrita, en su tendencia a expandirse en la escritura, en su quijotesco deseo de aventuras, de conquistar lectores, que si bien no tuvieron la dicha de los hermanos Ureña Rib , que contaron con la presencia de su Tía Gracia o de algún otro pariente cuentista o tal vez una abuela que viviera para siempre en la parte alta de una chorrera fresca de un pueblo que pudiera ser Monte Adentro, donde transcurrieron los veranos felices de la infancia de este Fernando, autor del texto que ahora nos invita a compartir esta noche y que ha titulado extrañamente : El olor de las yeguas, este libro que le debe mucho al amor, al deseo, a la pasión que nutre la nueva narrativa dominicana y latinoamericana, y que no es más que otro reto en la vida de este gran pintor dominicano, una prolongación del artista que ya no se conforma con pintar, esculpir, dibujar o lanzar un aeroplano sobre el hastío. Su lectura, hoy tan necesaria como su pintura, nos trae algo mágico, que viene de la infancia, de los viajes, de los estudios, de la investigación y de esa ambición sin medida, que continua expandiendo el imaginario de un artista, haciéndolo conquistar otras fronteras, rescribiendo la biografía social y personal, múltiple, orgánica, llena de colores, de acciones que nos llevan de la mano hacia esa lumbre con leña de un patio con luna donde es posible nacer, morir, saltar y hasta abrir los ojos como un signo de que el corazón sobrevive en medio de tisanas con hojas de naranja y guanábanas; son estos textos unas preguntas, unos espacios abiertos para salvar la noche del aburrimiento y la soledad, relatos que vienen a demorar este deseo de volver a esos años paradisíacos que tuvieron sentido, porque Tía Gracia y tal vez algún otro miembro de la familia, deseoso de que no se perdiera esta fascinante tradición oral de contar sin proponerse otra cosa que mantener viva la lengua, la imaginación y la sensibilidad, siempre lista para recuperar historias que el tiempo debió ir transformando en otras variaciones. Servían como terapia, en aquella época en que, por fortuna, todavía carecíamos del poder demoledor de las nuevas tecnologías de la postmodernidad y la globalización, instrumentos habituales, sin las cuales nuestras vidas ya no tendrían sentido, pero que lamentablemente aun permanecen listas para aislarnos y hacernos creer que ya no hacen falta nada ni las tías ni las tisanas ni llevarnos rendidos al catre donde continuamos perdidos en un mundo de miedo y suspenso que la imaginación ha hecho posible, gracias a que contamos con el poder de las palabras, listas para exorcizar los demonios de la escritura.

Como este intento quiere ser una síntesis, una motivación sobre el valor literario de El olor de las yeguas, debo evitar detenerme demasiado en asuntos particulares y me moveré en sus generalidades, aquellos tópicos que a mi pudieron llamarme más la atención como lector de esta obra que amerita revisiones, re-lecturas. Al final de cada texto queda ese deseo de volver atrás, a esas perplejidades, llamémosle interrogantes, extrañezas que se mueven en varios niveles. Unas son los personajes, arquetipos sociales, amplios en su diversidad geográfica, insertados con pericia en ambientes urbanos o semiurbanos de finales de un capitalismo tardío, que aun no ha puesto todos los pies sobre la tierra, eliminando los precapitalismos que persisten en medio de la urbe, tal es el caso de del Coronel, engendro de ese mundo por superar que nos mete de golpe y porrazo en una fiesta teatral interminable, ciertamente autocrática, con todos sus músicos camuflados de civiles y que vienen a instaurar una orgía curiosa donde el oficial, bayoneta en mano, quiere con urgencia corregir una absurda protesta, esta vez llevada a cabo por los que no pueden defenderse, los gallos, animales indefensos, que luego alimentaran la resaca de los bárbaros y esto ocurre en El canto de los gallos, donde los espectadores pueden ver el brillo nocturno de múltiples parejas empapadas de ron. En otra exploración de la ridiculez de final de época, de temor del final, el autor fija la vista, yo diría la lupa con pincel y todo, en El reloj de agua, donde una cantante lírica retirada de París protagoniza una historia increíble que se inicia como casi todas las historias de este libro, con una anécdota iluminada por una imagen visual o al revés, en este caso una mancha en el techo casi imperceptible que luego se transforma en el centro de todo un huracán familiar, trascendiendo esta limitación a medida que la crisis de la mancha se profundiza, demandando la artista el concurso inmediato de su carabinero Jerónimo, un milanés modernizado, listo para dar con la clave de una gran mancha que se ha transformado en El reloj de agua, a donde serán descubiertos, no solo los entuertos provocados por los caprichos y los gustos de la cantante de ópera, que han alterado los mapas de la construcción, humillando su deseo de cantar como antes, reproduciendo su vida europea en los límites de una montaña en el mismo centro del Caribe, crisis que la hace echar de menos el sosiego de su desnudez en la bañera, también sus siestas de cantatas solitarias, exilio donde aun persiste la nostalgia del pasado, lugar del gran reloj donde se va a ocultar la muerte como un vicio de construcción. Los haitianos descubiertos durante la segunda odisea final que la monstruosa mancha ha desatado por los descuidos del carabinero caribeñizado, yacen enterrados allí para evitar los inconvenientes legales de estas circunstancias, para luego explotar como una bomba cuyas víctimas el lector habrá de juzgar, porque al final solamente éste puede rescribiendo estas historias.

La pasión por el arte y por la naturaleza anda de la mano en El olor de las yeguas. El lector podrá sentirlo o vivirlo que son cosas comunes, cuando asistimos a una narrativa que se detiene solazándose en la contemplación, como ocurre también en La escultura de la fuente donde podemos dudar de la identidad del narrador que a veces se nos presenta como un poeta que narra o un ensayista que pinta y narra a la vez. En esta historia dialoga con el cuerpo inerte de una mujer que deviene en estatua o podría ser al revés, esta ambigüedad la sentimos en muchos de los textos, esta sensación de que el personaje se desdobla o ha sido desdoblado por la mirada descriptivamente minuciosa de Fernando, quien es el interlocutor que habrá de decidir lo que vemos: un paisaje, el misterioso ambiente que lo hace revivir el mundo que ya había habitado ella y a al que más tarde habrá de retornar porque:

“Cuando resurjas, comprobarás que ya todos se han ido. Detrás de los ventanales de cristal entreverás la mancha gris del mayordomo y de Sultán, su perro jadeante, alejándose rápidamente, hundiéndose en las últimas sombras.”[1]

El relato concluye subrayando la motivación de la escritura, cuando el narrador o el pintor que narra, el que ha entrado al espacio donde duerme la estatua, el cuerpo tendido de aquella que ya no se ve en los espejos y que sin embargo no está sola, porque el que le tiene amor al arte y lo lleva consigo donde quiera que va jamás está solo, ya es libre, como la bailarina que desnuda ha escapado al conteo del tiempo en los calendarios y que ahora vive fuera de los límites precarios de la cultura y sus mitologías. Se ha transformado en un absoluto.

En todos estos relatos hay una fascinación por el lenguaje, los detalles, la forma de las cosas y el movimiento que hace la narración posible, fluyen dentro de su agradable brevedad con ligereza o lentitud, atrapados dentro de un lenguaje sencillo y hondo, complejo y culto. Son imágenes que surgen, se encienden iluminando un espacio, repasando una biografía, un paisaje, creando una gama amplia de sensaciones auditivas, visuales, táctiles, térmicas u olfativas, como ocurre precisamente con El olor de las yeguas que trasciende la lectura y nos invade desacralizando el instante, impregnando todo y haciendo que alguien, ser que no se nombra, un jinete, el animal que escribe lo que ese olor tiene de perdurable, tal vez es otra yegua o un caballo agazapado en nuestros gestos, por eso el relato, el cuadro que es, con todo su colorido nos dice:

“...Y no sé por qué ese olor me impregna una ligereza de alas que me incita a correr a galope entre las malezas del río hasta los abrevaderos de Manabao, en donde pasto, inquieto, hasta el amanecer.”[2]

La brevedad permite que podamos ver cómo crece la imagen, la sensación que impregna los sentidos y que invita al ser ya transmutado o metamorfoseado por el deseo, a jugar con la yeguas desde cualquier perspectiva. Lo que perdura es la sensación pervirtiéndonos o desnudándonos de la inocencia. Lo que seduce es el color, el movimiento y el olor furioso del deseo provocado por la imagen que juega con nuestros sentidos.

Muchos de los textos nos dan esa impresión o sensación pictórica, haciéndonos creer o confirmar que estamos frente a un pedestal o un trípode o tal vez frente a una ventana, donde las sensaciones luchan entre sí o compiten con las acciones que le darían movimiento a la historia, si es que a caso estamos frente a ese concepto tradicional con toda su hermenéutica. Es en estas circunstancias que podemos ver cuando arriba un personaje. Su nombre: Ana Verónica, estrella central de La cómplice, huyendo de una atracción fatal, de un amor traumático en medio de una gran nevada que detiene la cotidianidad y que sirve de escenario a un relato extraordinario donde la divina providencia o el azar, motor de las historias, le provee un refugio, un raro templo, una embajada, un hombre que espera el final de la caída blanca la acoge rompiendo con las reglas del protocolo y esos días de espera le sirven doblemente de terapia, porque allí encuentra la paz y la complicidad de la nieve, mientras el árbol es violentado por la soledad.

Si bien no estamos frente a cuadros o relatos feministas, sí hay una presencia femenina narrada por una voz masculina que muchas veces evoca el deseo protagónico de un hombre que no puede vivir sin su mujer y esto se siente en el Nahual, donde una mujer ha trastornado a un pescador alucinado transformándola de pronto en la razón de su vida, por lo cual inicia una búsqueda que solo deja de ser inútil cuando un hechicero le señala el sitio donde habrá de encontrar a la mujer iguana, precisamente en el bar que lleva su nombre y donde habrá de vivir la segunda experiencia de su vida, el encuentro con una Laura desconocida, pintada exactamente como se la había descrito el hechicero, como una imagen aterradora.

Cuentos o relatos, estas breves narraciones nos recuerdan a veces Las fábulas urbanas, del mismo autor. Son textos circulares cuyo final se preludia, pero no lo sabemos hasta que llegamos al final, hay un dato en los primeros párrafos, una conexión. El final obliga al lector a una relectura del texto completo. Sus textos son muchas veces un viaje, lo que haría del libro, de algún modo un libro de viajes y no solo textual. Casi siempre hay una búsqueda, algunas veces es una mujer que debe ser salvada, un animal, es una señal premonitoria de una guerra en el país donde nació una de las primeras civilizaciones y que parece ser inevitable y que ya ha sido interpretada en un diálogo que ocurre en otra época remota simultáneamente con el desastre. Son viajes, odiseas, búsquedas en el vacío donde un personaje parece hablar consigo mismo, dando la sensación de que el que viaja está solo y el único recurso que rompe con el silencio son los pensamientos afectados por la voz, la de la conciencia fortalecida por una bebida que lo envalentona hasta alcanzar El valle de los dioses, donde continua recordando a su amada Ana Verónica.

(CALIOPE, 6/OCTUBRE/05)


[1] Ureña Rib, Fernando, El olor de las yeguas

[2] Urena Fernando, El olor de las yeguas

Wednesday, June 6, 2007

De Diario de caverna



DIARIO DE CAVERNA



POEMAS








1986-88 (New York)



EL CUERPO QUE SE ARQUEA A ESTA HORA

El cuerpo que se arquea a esta hora
no converge en la niña desperezada sobre la alfombra
no resume sus lirios sobre la claridad de la tarde.
El pie, libre de su nacimiento, apura una ausencia de hojas,
una corrida separación de sombras,
tal vez el contenido que desfallece en los lienzos
recomenzados
por la proximidad de un borde menudo, olvidado.
El cuerpo conducido a su llanto más el reflejo sigiloso de su sombra,
a la urbe lineal de una espalda buscan su caída
en el momento de las confesiones.
Sus desnudas piernas sobre el espasmo de los figurines
terminan en el fuego de dos lanzas trizadas
su pecho descalzado no perdura en la escarcha
o en la viudez del pantalón vacío.

El viernes a esta hora todos pasamos a la silla remota
o allí descansamos el ansia de un tobillo aprisionado
por la eternidad esperada en tu cuerpo,
abismo reprimido en las telas del medio día
esperanza visiblemente dejada.
Su pelo seduce la privacidad de un verano imprevisto
la mano jamás cierra sus dedos
es el aburrimiento sexual de una pestana abierta en el instante
en que la mesa consume una segunda piel
una planicie ultimada por el deseo obtuso de la llegada.
Nace el pecho reseñado por el vacío
tras la sinonimia de un seno,
el timbre, la vorágine de una segunda pierna,
el florecimiento tardío,
la cabeza que de momento resulta pegajosa
como una puerta condenada.
Así va el tren que nos lanza sus latas, sus cigarros.
Adoro esos tiestos, el gesto inservible con que viajas a mi lado
como un diamante sobre el dedo del esqueleto.
Pero el encono puede surgir humedecido por su noche,
totalmente fluvial, paralelo a la mano que desata mis piernas
el ojo que descubre el inútil cuerpo con sus vanos mensajes.



II
TAL VEZ DEL OLVIDO

Tal vez del olvido brotan los eternos pájaros del viento
tal vez de un lívido ser, una playa sin pájaros puede
crear sus alas, su lloviznadas alas reproducen la espuma
de un sollozo
tal vez somos el despojo de una sombra
sobre el tambor del día
o nuestro pasos juveniles desfallecen sobre un muro
inventado por el humo
el manto ruinoso ya no cubre el cisne creado
por el rumor del viento
quizás sufrimos de la amarga soledad de un párpado sitiado
o de ser infinitamente perversos como un lápiz
sobre la nieve.


Una inadvertida luna, remota. Un telón sin órbitas
no admiten nuestro día libre
los investigadores dormidos sobre su lago, los jueces del
entre sueño
no advierten este yacimiento de pies, esta pesadumbre
de sonrisas reveladas sobre el olvido
la ciudad cavernosamente amotinada por las luces imantadas
de los gatos
iguales la mueca de estos dedos imberbes cruzando
sobre el gran puente de hule
iza sus relojes su mantas, sus ardillas llorosas,
sus capas, sus camelias. De bruces sus levantadas nervaduras
sobre el acolchado salón donde se decide el olvido
esperanza de yodo en los vergeles
o si los abrigos terminan sus día liberados del encanto
de los cuerpos, inadmisibles como si asombraran la casa
con sus gritos de putas desenterradas.



III
NECESITO ESE ROSTRO DE VIUDAS

Necesito ese rostro de viudas entrando en los corredores
enmudecidos de la tarde, cojeando de un dolor ajeno, legando
su sonrisa a los teléfonos del medio día.
Añoro ese rostro puro con que la viuda llora a su perro.
Lo envidio y hasta le reclamo una orquídea. La viuda llora
y el dolor nunca nace del pañuelo. A menudo su dolor
reclama su seno, su cabello, su sobria retirada. Añoro esa
melancolía con que el dolor se hace adulto
y puro delante de un intachable perfil.
Necesito ese pelo, esas manos extravagantes, que todos miran
antes que el cadáver, uno precisa ayunar delante de un
cadáver azul para divisar una caída de estadísticas,
una simulación de pelo envuelto sobre un arrecife quieto
sobre los alcoholes de la sala.



IV
ME ACOJO A ESE LLOVIZNAR DE QUEJAS

Me acojo a ese lloviznar de quejas asaltando los velos
seducidos por una vana ida, por este escape impredecible
sin drogas, sin muchachas puertorriqueñas, sin discos volátiles.
Faltan rosas y lentes de mujer, uno no sabe si va a llegar a
verse, si nos han visto diluir
los asombros, dejar el médico, la sala, los pacientes solos con
sus prohibiciones.
Me inclino para ver pasar la sombra en vilo sobre las cartas,
el solemne corazón que va a los buzones con la esperanza
remota de enriquecer el tacto, de ver su seno airado sobre
la urgente boca ida, la viuda que abandona sus panties sobre
la verja, la niña de pandora
irreductible sobre las cigüeñas, a menudo hay más timbre en
la voz de los muertos que en el infarto de la viudas violadas
previamente.



V
DESCONCHAR IMANES

Desconchar imanes o jugar a la imantación de las uvas
al juego condenado de las frutas que cantan en tu cuerpo
cuyos imanes reproducen una visión de signos
detrás de los cuales yace el imán que compacta las manos
y la niña trae flores, fotografías plenas de una
indeleble imantación de uñas de cabellos solos
como si la imprevista felicidad pudiera mover objetos
hasta hacernos olvidar la vejez de las puertas
o las mesas que recuerdan las campanas,
aquella mesa reducida a seis
cuando el balance de las manos o la pérdida del equilibrio
hace crisis
antes de apresurarnos a poner letras sobre la superficie
fría de una mano.
Sin ningún ojo que imante la nostalgia
o las uñas viudas de soledad
la niña lanza imanes al vacío y pesca uvas negras
el tono verde que los imanes apresados asumen
en las manos de ella o la inquietud violácea
incesante descubrimiento azul o el amarillo imantado
de dos cuerpos que segregan sus imanes.
Atravesando la estancia la niña lleva los imanes al cofre
y allí experimenta una gravedad de imanes libres
a veces los cuerpos caen juntos y el choque con la alfombra
crea una chispa de frutas sobre el muro
que ningún pecho puede contener.



VI
EN VANO FUI A BUSCAR UNA MANO ARMADA

En vano fui a buscar
una mano armada, en las atesoradas cadenas
comienzo, destrenzo
un día posiblemente impuro donde de número
la catedráticos van a aborrecer sus iras ,
los dilatados cabellos, el humo distante de
una voz, el rostro compactado en los mercados
de yodo, el indicado rasgo pulsado, asediado de
preguntas malversadas. Después una isla atormentada
por hombres ejas, por orejas cabalgadas por los dictados
anteojos, los pronunciados dientes del espejo en una augusta
reminiscencia de oídos sin el doble labio.

En cambio astillamos la estrella y el ala, zarpamos
de una libertad sin caballos, de una mujer ausente
llevamos el nombre del amante en el cuello,
en los planos
irreprochable de una casa, llevamos el placer de su mejilla
sobre el inmundo cielo que nos nace sobre
el infarto tendido de una piedra.
Cómo no recordar la ceguera de los brazos
lanzados contra una insegura mano sola
cuya soledad los hace navegar hacia el vacío
mientras la breve cita de unos labios predice
un nacimiento de perlas sobre el humo.
Hay un pecho que busca sus alondras
en los cinemas,
en el vapor de las tardes numerosas,
bajo el roce ciego de una llama,

de un cabello triste,
un oscuro tiempo transcurre sus cenizas
en un límite sin bordes.

Cómo no recordar lo olvidado, las caricias
que invaden un espejo
los fierros de la tarde
sólo está presunción de mano atada
de piernas segregadas por el frío
como recordar el olvido de tu boca desprendida
por el viento
el oscuro sabor de tus ojos caídos
o el pudor de tus manos eternas hacia un atardecer
de ciegos.



VII
EN NINGÚN CINE

Por desgracia en ningún cine se está solo
a la salida encuentras
las huellas de un cabello
y ningún cuerpo perdura.
Suponemos que al salir apresurados, descuidamos el miedo,
la pasión, el cigarro, las llaves, la corbata.
Ocurre que al llegar
buscas el depositario de tus quesos
y te sientas desnudo en el abismo, entre una pierna que
silencia su llanto y un ojo que maldice la noche.



VIII
UN SOBERBIO DÍA

Un soberbio día avanza en los cristales
y yo estoy dentro del cuadro de mis huesos.
El soberbio día incendia sus flores, abre sus freezers
declárase sombra de otros días, tul de una mañana enferma,
claridad de una casa rota sobre el mar.
Un soberbio día urge la diana de un lamento
la urgente muerte, el emergente corazón abandonado
sobre el hueco latido de una rosa.
Atrapado en el sueño de la tarde nace el día
y comienzan a aparecer antorchas frías.
La tarde pertinente, la golondrina que busca la isla
de una noche
las chimeneas cerradas por el sueño.
Nace el día cargado de ventanas rotas, de quicios consumidos,
de fuego sobre la muchedumbre reunida bajo el sol.



IX
NACEMOS SIN NINGUNA PIEDAD

Nacemos sin ninguna piedad,
sin ningún sollozo. Simplemente nacemos
en los nidos que ninguna paloma conduce hacia el silencio.
Nacer es descubrir el torso de un cabello oscuro,
el rostro contraído de una voz. El manto innumerable no
nace.
Seduce la apertura de uno párpados, las luces de un ovario
quemado sobre la sal de esta nieve.
Nacer para morir de un urgente amor
Sobre las limas y los tules..

Sobre el vaso muerto y el paraguas verde
un nacer ávido de partir, incesante como un vuelo
de pecho aprisionado.

Un placer inconquistablemente oscuro y avasallador
como la mirada sorda de un seno sobre el mar.
Un nacer incongruente. Un caótico nacer, verde
numeroso como las llamadas de una verde mañana
un avance de esmeraldas frías, de girasoles naciendo
sobre una insegura oblación de cabezas arruinadas,
muebles sonoros,
y rostros calcados sobre la eterna pared el viento.

No nacer, inmoral, fruto caído sobre las manos
que liban una sobra
no nacer es inmundo como no morir sobre la perla inútil
de un sollozo.
No morir ahueca el resultado complejo de no nacer
Nacer simple, como destruir los alcoholes sobre el inmenso
lago de un obligo, por la sal de unas manos.

Morir acompleja a los que quedan en pie,
como las proles de un ala turbada por el sueño.
Un morir complejo espera sobre el simple hecho de mirarte.
Si los cabellos del día, los dientes, sin la voz adherida
de todos los ropajes, las llamadas que desploman la oscura sed
de unos labios. Morir sobre el nacimiento de tu cuerpo
cuando la gravedad de la noche descuelga sus alambres
uno se va por el lugar más inmóvil de la estatua.
Por los labios de Proserpina, por el grito que hace Hécuba
antes de caer precipitada,
cuando no hay llamadas telefónicas, ni cartas con una
dirección en inglés, de cabellos hacia el mar, labios
cerrados para siempre.



X
A VECES UNA NIÑA TE ENSEÑA

A veces una niña te enseña a caer desde ti mismo,
a disfrutar la caída remota de las manos,
los innobles descensos de una llama que no quema.
A veces una caída de frutas, espejuelos,
piedras hacia adentro,
una caída solar que dulcemente asola.
La palma de una rosa suelen ser tus manos
cayendo, de su inútil caer
volviendo de un descubrimiento de ríos
y asola esa frente que ya no cae,
que no ha aprendido el oficio antiguo de caer.
A veces una niña te enseña a tener una recaída
sobre su pecho lleno de naranjos
y de sonidos impresos en la tarde.

Un oscuro cuerpo desocupa su heroísmo
queda insulso, como un naipe roído
por un sueño,
un oscuro cuerpo eriza su leve geografía
y copia una neblina luminosa
sobre la superficie,
un oscuro cuerpo se ceniza en mis labios
y abandona las inmundas palomas de la tarde.
Declinemos el día y la noche
reportemos algo de nosotros, lo más impuro,
sobre todo lo que acumula ruido y sombra
dejemos decidir, gagueemos un poco
y salgamos a lamentarnos como siempre.
Una réplica escribe, fuma, se encoje
en un desesperado machismo,
un arranque huye hacia el punto de no
regresar, y uno sospecha ruidos en la cama.

Un retorno de ruidos en silencio
habremos dejado una epidermis, una ansia
en las latas de cerveza.
Copiemos, simulemos el retorno de los huesos,
amemos nuestras colillas,
volvamos a ser artrópodos
los únicos camellos capaces de inventar un oasis
retornemos al muslo, a la nariz que segregamos.
Toda la ciudad guarda nuestras pesuñas
nuestras insanas ternuras quemémoslas y
dejemos de maldecirnos hoy, solamente hoy,
emulemos, caballemos un poco,
olvidemos nuestras monogamias por un momento ,
este regreso a las 5 tiene su desnudez,
declinemos la ducha, firmemos,
seamos pacíficos por última vez,
reduzcamente el respeto a las axilas
erremos hacia nuestros anteojos, a lo mejor
nos descubren.



XI
HAY TANTA NIEVE, BOSQUES

Hay tanta nieve, bosques de tylenol, relojes,
alguna alfombra mellándose,
un oscurecimiento de lienzos sucios, navajas,
medias de mujer
uno se muere de su inútil gravedad,
de este párpado, de ningún árbol escondido.
Siempre nos ocurre
algo traslaticio,
un refajo descubierto en el borde,
un cuello genital para nuestros besos
de subway
importa hacia donde gira lo borrado
aniquilados por el frío

cuesta la forma de esa mano, movimiento
de nuestras miradas
la página angustiosa de tu pecho grabado en la sombra de
esa puerta sobre todo orden cabalístico,
casi brutal, tus manos acabando de desnudarse
de un guante, un saludo
girando hacia el abismo trazado
hacia una superficie inconclusa.

tu ausencia es el acoso de un signo, tus huellas han fundado
una ciudad de perfume encerrado en la nostalgia.
Acampando en tu cuerpo la ausencia
desborda sus enigmas ,
sólo hay una forma de regresar al vacío donde
los insectos recomienzan la noche,
el vacío está donde las flores comenzaron a devolver abejas,
habituales lloviznas, infligido recuerdo
donde las cortinas destronan sus siluetas escogiendo
humareda, un incendio que vuelve de los cortes
próximo al tenor oculto en las pinzas, en ese silbo ruinoso
de subir y bajar por tus cabellos.



XIII
LOS SOBERBIOS DÍAS

Los soberbios días de un hotel y el agua fría de una noche
saliendo de un pájaro diurno,
noches que el necesario mar convoca,
horas de un codo olvidado, uñas de una superficie,
horas durante las que olvidé el sexo de la luna
noches de apunte, nacer sobre la indiferencia
de frutas solas y trenes hacia el sur
días de olvido, de recuerdos en los bancos
atrapar las velas destrozadas de una voz, las sin razones
de tus glúteos en la oscuridad,
pelos, pies ya sin tronco, cinturas sin las puertas de la ciudad
una noche en que no te hice el amor,
sé que hubo una distracción de talle,
pudor sobre la virginidad de una lengua,
un lugar donde todas las miradas convergen
y nos invade el estante, el cofre nebuloso
a las 5 de la tarde, próximo a los residuos que dejan
las orquestas giramos donde la quietud
se atasca a una traslación,
una insospechada planicie cuece bombas sobre nuestras
cabezas y voy al beisman de todos los días, radios de todos los fines de semana,
a una proximidad en el error de los cuerpos,
una rotación de iras, ropa sucia, focos lanzados
y discos lo único posible moviliza
tus manos tu lengua rotando alrededor de mis labios inmóviles.



XIV
EL INFIERNO RESIDE

El infierno reside en lo que ha sido dicho
nuevamente,
desde un nuevo espacio los relojes, los casetes
advirtiendo, los audífonos mudos, desolados
los mismos ejemplares demolidos por
las mismas palabras,
el futuro taxi,
el necesario retorno de las palabras húmedas
proscritas, de las superfluas palabras
capturadas en los ayunos.
Cuesta saludar, medir, salir a la superficie
con una nueva palabra
sobre si estás desnuda frente a un ángel
y llueve desde un pecho vivido,
un blanco llover de espejos taciturnos
sobre las llamas de un bosque
alguien añora la ternura
de un sollozo,
un grito modulado por la lengua, de bruces
el seno de una estatua llora.

No hay hoteles para la histeria de un ovario,
no hay axilas en los discursos,
no hay humo sobre la apertura de un seno
en los labios, la suerte de los cisnes,
un escozar de uñas hacia afuera,
asombrar la puerta de los comparecimientos
los relojes, las huidas, hacia las dunas,
nuestros cuerpos y el peligro de no hablar.



XV
NO HAY NI SOLEDAD


No hay ni soledad siquiera en las montañas (Thomas, E. Pág. 55)

el más estricto orden yace en las cosas que relucen
en el sótano de este dolor
uno se acuesta y el dolor
hace ejercicios antes de dormir
anochece en las superficies
de todos los relojes y
nunca es impulsivo el roce numerosos de los
objetos que entran en los trenes a las 3 de la tarde.



XVI
BAJO UN SOL ESTRICTO

Bajo un sol estricto
se cuelan algunos cadáveres soñolientos
algunas modistas
algunos maniquíes se cuelan bajo el más estricto
y espectacular sol de octubre
uno pierde tictac, avanza hacia
un esplendoroso retroceder
retornando, nadando hacia una nueva sombra
podremos recuperara una caricia
pero el encuentro con el cadáver es real
y lo siniestro parte de nuestras miradas horripilantes
uno encuentra una manera sobria, exacta de
aparcar en la mejilla de un lamento
extendiendo talones de tigre
espacios para un hombro, líneas difusas,
exactas como cuando a uno lo enseñan a ensalmar perros bajo la lluvia,
sucede
pero yo sólo amo este sol sin intestino.



XVII
INFUSIONES DE CARIDAD

A nosotros sólo nos hacen infusiones de caridad
inyecciones de mentir frente al espejo de bolsillo
a nosotros el año de este meridiano
las puterías de esta infame recurrencia
las cábalas de esta presunción y el peligroso acto
de codificar los puentes
ahora que nuestro amor es levadizo, tendamos un subterráneo
para alcanzar la desventura
como si nuestro oficio taciturno se limitara
a coleccionar bodegas
a yuxtaponer sombras sobre las cartas
a gemir sobre el velocímetro
de este día gimiente.



XVIII
ESTA MAÑANA

Esta mañana al salir de nuestro cuarto
al descender por esta suma de esclusas
la primera puerta que se abre
un viernes de sumarrestar seres
alargan nuestro rezo y nos recorren las pezuñas
entonces nos ocurre un tercer destierro
una región de pasos en un muro
unos paraguas verdes
nuestro paso irreprochable abrocha su desnudez
se deshilacha de afectos, tiras malolientes de nieve
masas de un yo oscuro deshabitan la herrumbre
de un cencerro
Para que pueda resultar las insinuaciones perfeccionan sus
alarmas y las boinas aceptan un lugar en los cabellos.



XIX
TU LENTA DESAPARICIÓN

Tu lenta desaparición por mis axilas trae la súbita
vuelta de un insecto
que siempre va a morir en la esquina de una carta
tus pasos hacia la puerta extienden un solícito temblor
de patas hacia fuera
recuerdo la justificación de piezas
el ajedrez jugado la arena
el abanico volátil de una noche de amor
la lluvia llevada a una pelota de fútbol
la noche en que te besé
ahora el insecto extiende sus patas a una altura de
cristales frívolos
y las luces imprevistas reproducen el error de una ira
los sombríos cuencos de una mano
que ya no toca los libros muertos soles de un rompe
cabeza tren de lamentos sobre la chispa
inseparable de nuestros ojos.
Nuestro regreso provoca un incierto heroísmo la impunidad
del vacío
un naciente heroísmo de árbol pulimentado, de vivir en la
enemistad de dos árboles
algo de color desechado, quejas apresadas en un tiempo
diseñado bajo el vidrio de una noche
como el acto definitivamente libérrimo, oscuramente inútil
de seguir a tu lado
a veces el morir esconde unos ladridos, revuelve sus telarañas
y uno escoge el dado ansioso
de morir bajo la falda de una colegiada angustiosa
el verdor las sospechas que diariamente segregamos
elementos de una identificación
las penumbras de unos párpados en un vaso, escoger el revés
la temblorosa visión de perderte
la plaza que contiene los abismos, las espaldas diseñadas por
el sexo de tus manos.



XX
AHORA NO HAY MAS ISLAS

Ahora no hay más islas, riscos desolados, playas
en los pasos de los cisnes
sólo un nivel de mar invicto sin el humo de la algarabía
la lluvia revoca los contornos, borra las rutas
el definitivo olvido espera
en el torso, húmedo papel sobre una llama
a pie salía del pecho de una dalia el ombligo descalzo
a pie sobre un índice
sólo la húmeda calvicie de una lágrima podía evitar
un incendio
el talle de un cabello cruzando la hendidura de dos mundos
vuelo primoroso dos manos
hacia un abanico de cartón, de palmera, semillas frías
hacia una escalera desde la que diviso el mundo de la espuma
capiteles quemados, humo de dos islas, transeúntes
ya sin belfos.

Puede resultar que salgamos rejuvenecidos de nuestro bacilo
resarcidos de esta inmunda soledad tomada en serio
tensemos esta risa al borde de la alcantarilla
conquistemos los vencimientos.

Acaso salmodiemos con la muerte
con la insistencia de desvestirnos delante de nuestro
último cuerpo.

Una ciudad líquida, casi impura, nos espera, sueño sobre su
contorno derramado
el mar siempre reproduce los puentes, las luces de la primera
vez, proponer una manzana, cubrirla con el brillo de una
estrella, mar donde no encontré nada,
una ola olvidada espuma ya sin labios
y desde allí divisar los cinemas, esa suerte de morir en los
bordes roídos de una sala

pálpito de la soledad, vacío de unos pasos, océanos exaltados
de un pecho en los guijarros
prender el pez rojo en la avenida donde nadie nos ve, huir
a las habitaciones con el pez desolado
volver a las puertas aladas donde no estuvimos nunca.



XXI
TU SALVAJE HUIDA

Tu salvaje huida regresa a los guijarros levantados
de una lágrima , viaje disipado, el momento al que nos
anticipa una rata
las ventajas incestuosamente devoradas terminando el
comienzo de una mano
el desconcierto como un deseo portátil
o las insistencias de un sueño
ya no rodamos sobre el lecho de los muertos no hay agua
para aruñar la oscuridad
sudamos sobre el olvido, sangramos al contar los párpados
de una queja
mejor crecer sobre la tarde en los cuadernos
sobre el arcoiris desolado
de una absurda mirada.



XXII
CONCENTRAR EL OLVIDO

Concentrar el olvido en los torsos, rehusar los abismos
de unas medias
las múltiples esquinas, lados, numerosos pájaros
apresados, ínfimos, tendidos sobre las vigas de un pecho
dormidos o vivos, tendidos sobre las llaves, las puertas
los pies de un asterisco
humo indignado de dos bocas, las iras cavernosas de dos
cuerpos que reinician su viaje a las raíces
la flor del esqueleto, la sombra de la
luz que segregamos
el puente por donde pasa el retorno
lo escucho destrozando pestañas, escupiendo
sobre los cuadernos y las cartas de los inmigrantes
nebulososencuentro en mi desaparición, reasumo mi idiotez vuelvo,
dormimos, y no rechazo los cadáveres que quedan en la oscuridad.

Este miserable dormir hacia ti
hacia la noche continua, años continuos, espaldas, botas
etcétera canela sobre tu pecho libre
borrar la silueta de tus piernas, tus nalgas egoístas
tu pecho dominado por un niño
vuelvo, gateo en las habitaciones
muerdo la ternura de este silencio contenido, sospechoso
mi vida se llena de poemas baratos, de puntos decisivos
negaciones de un ayuno concebido,
eyaculo, palpo la quietud infantil de mi pene
encuentro más que un osario de minutos contraídos
un ático disperso.



XXIII
LA CASA PRUEBA

La casa prueba su placer escribiendo en los ojos de los
testigos, el pino tembloroso cruje en las manos de quien
corta mis mangas, de quien conduce mis piernas mi estatura
al tejido sigiloso, placer que jamás copula con el pantalón
no soy quien visita el ínfimo suplicio,
no eres la blanca boca final de la escalera
los intocados pasos caídos en el inquieto paroxismo de la
pintura, no eres la que vendes tu ventana por la mirada más indiferente,
a gritos, abre tu cuerpo innumerable al contagio del humo,
a la pasión de un incendio a las vértebras.

Desde el inmundo ático hemos viajado por un cúbito de
claridad, iluminando las calcomanías, el radio nevado,
el televisor de corpiño cae impropio en la sien del dormido
pensar puede ser una sombrío hábito de mujer,
abandonar una botella de orine entre las medicinas.
Hay miradas-ojos sin ninguna posibilidad de iris,
una insepulta observación de cosas presumiblemente
observadas, el dorso oculta la geometría nominada,
la mano complaciente de un órgano,

el ático almacena instrumentos de viento
el humo toca su melodía, el manto, el sollozo, el espasmo
recurren a raros instrumentos, las cuerdas,
el desamor destocan, componen una indicha,
cuando va a nacer una ala al borde una mano.
De él han huido los coléricos,
los venerables se humanizan con la tinta,

con el borrador de nadie,
los cubiertos atesoran una boca apenas besada,
un dolor casi humano
si lo mirase un intruso advertiría flores en un ámbito de
cartas cerradas.



XXIV
INÚTIL QUE CAMINE

Inútil que camine
Apenas he vivido un largo día
en consecuencia sólo he tenido un sol
una sola vida sobre la naciente ola inconsumida
sobre los riscos, una absurda sonrisa que brota
de los cinemas, voy por tu camino con un solícito
infarto atornillado en la garganta
inútil poseer el sueño borrado cuando alcanza
la indiferente llovizna;
camino, desando imperdurable, sombras. Voy con
mis piernas supuestas
hoy tengo 9 días como si fueran los nueve cuchillos
dictados por mis manos arruinadas
hoy me he levantado irreparable.
Las manos ya no combinan con el aliento de un cuerpo
la voz no viene de ese hueco alojado en el viento.



XXV
AMO LOS PASTOS

Amo los pastos, los deseos insuperables
de cotejar una sonrisa sobre el corredor
nos viramos en las puertas giratorias, listos para un día fijo
sólo yo puedo engendrar costado
disfruto mis horas como quien disfruta un cuerpo sitiado
voy indiferente, sin esperar costado.
Sólo he tenido las cuerdas de mis dedos
mi camisa los anteojos de mi madre, mi risa fuera de
contexto.
Será inútil que herede
a mi abuela, tus torrecillas,
tal vez tenga mi primer engaño, mi primera circuncisión
insignificante para hacer el amor.

A pesar del otoño y los pájaros mi primer amor perdura,
odio la palabra partícipe, un segundo para
rodear tus rodillas, el tiempo inseguro, obtuso en que
trazamos una diagonal.
Sólo he tenido derecho al esqueleto fresco de tu pecho
y es inútil morir
no se necesita ropa, espacio para decir adiós, no hace falta
el cuerpo, mañana dispondrá el arcoiris
la cercanía de un lamento
para encerrar un cuchillo, la mano suele prodigar
espada sobre el espejismo de diez ciudades numerosas
asombrando tus rodillas

Sabré si el suicida tiene sus horas libres
si su llanto establece alguna diferencia
con la herida sigilosa de un cisne, o el innombrable gesto
de los niños que no nacieron
Después esta intensa oración aprisa descúbrete, hay
un pulso de frutas situadas, placeres irreverentes y
una rodilla tibia, impersonal pregunta
enmudecida, como una grabación de antojos sobre los senos.
Ahora anochece sobre el entablado
pero no palidece tu amor, tu odio, neblina, penúltima sombra.
Una botella de raíces, una revelación de fotos, aquella
alcancía volátil, pasajera de un tacto seducido,
nuestras últimas copas.



XXVI
24 HORAS PARA ABRIR

24 horas para abrir y cerrar por siempre
el verano, humo, simplemente el té de semillas
tu mano trazando una línea sobre el corredor
ahora anochece pero nunca dimos por descontado el sol
penacho nebuloso de una orquídea
no hay que interpretar nostalgias
la lógica de un ciego frente al mar, recuerdo
quedo entre los arrecifes
el espanto con que Nicanor se fue a alta mar no hay que
analizarlo me consiento en aparecer mientras vives, mientras
muere consume la ceguera con que te he besado, el aliento,
tu pecho era sordo tus manos ciegas tropezaban con los
cimientos de mis piernas
si los colores nacieron ciegos de la negrura
con que tú revelabas la noche al abrir las puertas
una lluvia brotó de las axilas, la oscura ola nos sostuvo
sigiloso y entonces fuimos una invención de claridad,
la niñez óptica casi humana de tu cuerpo bajo la lluvia.

El guante que saluda es un chasco,
hay probablemente un magazine sobre el escote tinto
seno simple,
intelectual, dichoso entre el dedo y la niebla.
Oh amor, ya tu cuerpo no duerme en el estante y la casa no
maquilla sus líneas.
No hace olvidar el inútil hábito descubierto por las pisadas
la indescifrable mano hojea el rostro desprendido
mis uñas de museo,
mi esqueleto navegable.



XXVII
UNA AVERSIÓN A LA MUERTE

Una aversión a la muerte se advierte en los cortes de madera,
caminamos sobre la sedienta blancura de un pino
desatado por la opacidad de unas manos que han cesado de
destruir su cuerpo sobre el corredor,
y una posible huella recomienza la exactitud ruinosa
como una ilusión oculta en los tejados,
es muy grave palpar la frecuencia de un muro en las puertas
divididas, como un deseo ofrecido la puerta es un espacio
lúdico, donde el pino ha sido vencido por la lluvia,
de este modo la llamada aparece en las carpetas,
no en la extensión descrita por el hilo del cabello sobre el
corredor de nuestro cuerpo.



XXVIII
MIENTRAS DORMIMOS

Mientras dormimos nuestra increíble cabellera dilata
su mirar,
y nos decidimos a actualizar la chimenea con nuestro desamparo,
no hay quien destrence el viento de los acordeones,
no hay ocaso entre tus ínfimas vestiduras,
el tacto suele acontecer en la cintura no en el reloj de un
pecho contraído por el asombro.
Mientras dormimos despiadado un deseo tiene lugar en el
trazo de una lágrima,
Una casa antigua concluye,
deja los preservativos oscurecida por las claridad calurosa
de dos manos sobre el andén.



XXIX
UNA MARIPOSA TÁCTIL

Una mariposa táctil, movediza impulsa un infinito de alas
sobre el mar, se descubre el mito de los espejuelos
la página virtual se desconoce,
se ha postergado el fascinado deseo de mirar la vana mariposa
antes de dormir.
Hay sobre el codo alimentos para el razonamiento del amor,
un bípedo se descuelga, se escarcha en su plomada habitual,
hasta las líneas difusas pasan los trapecistas,
niños con su anciana manera de esperar en los resabios.
Pero se ha descolgado el tigre amenazado, el manicurista
mide sombras y compone espejuelos sobre el aserrín
descreídos los ovíparos gérmenes en sus ropajes de fin de
semana.



XXX
SESIONAMOS

Sesionamos sobre la huella
que la ruina ha abandonado
sobre el esqueleto de una silla
la imposibilidad de reconstruir un seno en la noche
inútil, el cabalístico odre donde nacen dos manos
y sin que haya sed perdura el mar de nuestro sueño
sin que haya un pecho de avena mis labios exprimen
uvas endurecidas por la soledad
o aún me crecen manos sobre la noche una rodilla ruinosa
una piedra oscura entre las devastaciones de dos olas.



XXXI
CONTRA LAS LUNAS

Contra las lunas de unas piedras viudas, el gran sombrero azul
la enorme arbórea cabeza de la lluvia, alas opuestas, senos.
Sin ningún torso, ninguna voz axila, sigiloso
contra el indivisible velamen, triste barco del viento.
A veces nacen olas incrustadas en los barrotes, entre las
marionetas cruzan a esta hora. Ninguna avenida retiene
las sombras. Ningún rostro conduce su equipaje hacia un día
pleno de ese lamentable ojo que ninguna lluvia apaga.



XXXII
NUNCA SUPIMOS QUE EL CUERPO

Nunca supimos que el cuero muda sus anillos
para no herir el pie imberbe, quizás para no encerrar
nomenclaturas el símbolo perdido en la arena
sobre las uñas descubiertas por el dolor, un índice ávido
de tiempo, las atormentadas colmenas de unos senos usados
podríamos haber perdido el mar de noviembre
desechar el barco, el ansia de tu cuerpo
tomado en su hundimiento, nos dolía el mar, no la saliva
de éste día indiferente
teníamos un hormigueros lago sobre el corazón
habíamos escapado de las menores imprecaciones, pasión
casi humana.

Moríamos con la lámpara de sol sobre el cabello, casi
yacíamos humanizados por el celo contra el reloj definitivo
apoderándose de una sigilosa palabra.
Para qué desnudarnos puente tendido sobre el aliento
ningún amigo aguarda sobre el verdor
embárcame con los cinco centavos el dado de llenar el
silencio de pasos.

Ahora ya no estás sobre el tejido opaco de tu cuerpo
llama sobre la morbosidad el azogue
la nostalgia anilla sombra estableciendo
sus frutas desprendidas
confiemos en la piedad del vacío
tus manos separadas
tal vez confiamos demasiado en las espadas reunidas
abrúptamente por las viejas porfías
tras la inflexible nuca una declaración, una cita
en las tabernas.

Sus desleídas líneas aparecen sexualizadas
por la silla que nos habitó ni siquiera sabemos
por qué el dedo que emana de los labios pierde
su erección como si fuera una sombría y simple estatua
que no ven las embarcaciones
somos el blanco de las cosas contraídas por la inmediatez
punto debajo de los libros, nota marginada por el
fuego, por la brisa venida de los puertos mortales
pasamos al orden olvidado, a la claridad trayendo los enigmas
de un cielo de presagios
pasamos a la brújula de un minuto, dentro de ese horizonte
encontramos el mar que nos contiene
o las alfombras se nos amontonan,
en la sien
a gritos el poema se desvía por una zona donde la sierra
asusta la otredad
el sucesivo ser se desencuentra, se devuelve huido sin ningún
dado toda la fabulación nace el arco, de la pereza que nos
abisma en otro cuerpo.



XXXIII
ME HE MIRADO

Me he mirado en uno de esos sitios
donde uno se desprende por un instante
de las cosas que hastían
a mi izquierda
ni el reloj restaura su oquedad en la sombra.
Curiosamente los espejos pernoctan empapados
por una mirada
accidente de un cuerpo de mujer
el espejo suele ser el espejismo dilatado, voraz
el atormentado heroísmo de una mano aparece
en las cornisas.
Profundo un río vigila la nostalgia, iras
que el río oculta
espejo dudoso, sueño atrapado
en la ventana del enemigo.



XXXIV
TAL VEZ EMPRENDIMOS LA NOSTALGIA

Tal vez emprendimos la nostalgia encendida
en los páramos
sobre los tensos cabellos teorías de no
Cierto nada oscurecíamos la escalera casa anonimada
por el ojo de una mano
tiempo amor, perfil del humo tensado sobre
la última viudez del día
y tú tenías el momento necesario para advertir un hombro
umbroso mustiándose tras el tatuaje desolado de una fría
orquídea o el dedo angustiando los secretos de una mano
nunca acomodada al vocerío menudo cuerpo
tu podías imaginar el temblor impío
tal vez un tiempo de ceniza sobre la alfombra
quimeras llevadas a la pira de unos labios.


Seguramente regresamos del placer sostenido en las citas
frustadas porque la cita está contenida en el rumor
en la diezmada orgía de un adiós helado en las ventanas.
Nos huye posiblemente el ángulo que hace la mirada y que al
encontrarse en un punto de la frente nos gime
deja la oreja de ser esa flor sensitiva que a veces salva la
agonía de una boca.



XXXV
QUE REMEDIOS

Qué remedios impiden el otoño, las hojas traen su hastío
sus iras, atardecer aquí, ahora implica hacer que los gérmenes
razonen, el espejo brota de la prisa, tal vez de las notas
de esta irreparable tortura de llegar a tomarte
por un día posiblemente no recuerdes
no me digas tienes la espalda arruinada, labras un medio
de llegar al hombro sólo arena campanario guardado
nunca llegaremos a huir por entre las palmeras paralizadas
por el aliento.
A mano derecha puede abreviar la conquista del humo
aquel nacimiento de uñas, cabellos, al cruzar la
penúltima puerta
hacia el sol nuestros ojos proseguían risueños gestos
del surfing, imposible adiós el día en que escapaste
tras los primeros bancos de la mañana.



XXXVI
HOY LA LLUVIA, PÁJARO PRECOZ

Hoy la lluvia es un pájaro precoz
que nace de los freezers quemados de las partiduras de
un adiós tras los dinteles
de los quicios consumidos por el viento, del día
innumerable, de los ojos sonoros, deslumbrante de una
muñeca inútil.
Hoy dos pájaros simulan que cruzamos entre los espejos
situados. No hay nada sobre el entablado. No hay sol. Sólo
cabezas con imanes congelados, lanzados contra el estanque
de un ojo separado por el rumor.
De la lluvia nacen largas hojas, grandes colas de pájaros
bajo un largo viento cruzan sobre las capas pardas y el día
se arruina en la boca de un sombrero mudo.
De un largo adiós padecen estas sombrillas negras
el desnudo viento rasga las faldas, rodillas largas
del ansia.



XXXVII
NOVIA O VIUDA

Novia o viuda te ama de noche y de perfil
un teléfono azul, aquel arcoiris sobre el día sin llamadas
y nadie era duende, lo virgen encontraba el ojo demolido
o el teléfono remoto no gime
novia, viuda sin relincharse, dejarnos servía un vacío
al fondo de los quicios
nombrada a casos fieros y perdidos en lo cadáver del viento
condenada envidia, llover mientras acontece lluvia
en lo virgen de la escalera coloreada por tus zapatos
nos enriquecía el largo tibio brazo, aquel día sin larguezas
en el espasmo de la lluvia.
novia o viuda infame para sentirnos en algún codo
llevábamos un tren disperso, íntimo
bruja de mi corazón, nuestros labios segregan sus noches
de perro, las plumas nos redimen igual que la muerte
llevamos el recuerdo de un pez muerto y tu risa ha levantado
una plaga de pájaros, y hay sangre a mi vera
a veces el recuerdo de unas torres chorrea sobre el muro escurrido
acabas de entregarme el tacto, el teléfono azul
los términos de algún dado, ese rostro atrapado en los días
de cartones y ofrendas
Hay avisos de sal en tu cuello, noticias brazos de desenfreno
y voces de infundio sobre el impredecible negativo de tu cuerpo
novia o viuda los dados eternos bajo las claras bahías
mis aborrecidos ojos te buscan para odiarte.



XXXVIII
NUESTRAS LUCES

Nuestras luces se apagan y acabas
donde no hay nadie
excepto esa forma de cuerpo que se apaga
por los paraguas libres de la lluvia
y acabas perdida en la madera
bajo la suave lluvia de los pechos condenados
nuestras luces que no se adivinan
en los calcos de una imagen baldía
cuando un vano infierno deshilacha los cristales
del vientofinalizan tus diablos cajuelos, cardúmenes
nebulosos bajo la marcha de las acupunturas
del pie no ha aprendido el oficio sediento de violar
las alcancías de los codos
el fuego devorado en las tinas jamás enciende
su ducha cuando mis manos te depilaban
veía caer un manto negro sobre un pueblo de esperanza
bajo el tiesto que no pernocta en los estantes
izados sobre el borden de la vida hay un trípoli desierto
para los geómetras de tu pecho
cuerdas de cigarrería, acaso el discurso de los caníbales
azuzando el éxodo, bello buda vendido en los mares
donde la cárcel no aprisiona los relojes antiguos
y es literal dormir sobre el antojo dado a las aves
del pecho, penas a la cadenas del oriente que deseando
tiendas quemándome.



XXXIX
ARAÑA EN EL CORAZÓN

Fuimos a la casa que jamás se abrirá
a las raíces de una ventana sobre el muro desnudo
establecimos la fugacidad
de un zapato roído
nos ladeamos hacia un mapa de lluvia
sorteados por la oscura piel de la escalera,
algún zapato triste
bajo esta oreja jamás podremos volver, bajo este verano
pronunciado en las entradas a la casa, seguros de una leve
nieve en los figurines, noche descontada en los retiros
a menudo los tiestos de una sonrisa perduran en lo disperso
acomete su verdor en lo libre de la mañana
y hay una poscarta, una ínfima molienda de sueños
al fondo de las cuerdas,
alguna sed de arañas bordean los pasos del extranjero.



XL
LAS BRUJAS DE CONCOURSE

Desinflado de ángeles, acuosas hebras de ti, mujer de escoba
abrujada por el contacto sigiloso de un tren sorprendido
en la visitación de los labios, te amo por ser la más fea
esa presunción de bruja, ruina concebida
en las divisiones, recuerdo nuestro más agudo esternón
el radio tibio a caso presuroso de sentirnos indiferentes
frente a los maniáticos, adiablándote para libar una pose,
virgen de mi único vicio, no vibras solo abrujándote
descubro una página loca en el día de las momias
tobillo de mi infancia, aquella tarde sin sexo y el viento
de la escalera en la erección de las flores.

Cuando la bruja pierde el sexo
hay un nacimiento neutral de glucosas
palomas para establecer un circuito de cuello
en los portazos de nuestras quinielas
hay un género de miradas en las causas de la estatua
los elementos del agua, el diario del desterrado
no acontece cuando ella inventa el sexo
y un viento circuliza la duda
en el palmo de los ángulos libres
tu venías de la brujez de un talle
a las brujosas manos en los ensartes del pañal
que el amante aprisiona
te he inventado cuerpos giratorios
en la fijeza de una puerta contenida en las manos
una ventana atada al último horizonte
entre dos astros siempre hay uno que gira
en los trazos de un ombligo
y los homosexuales huyen de las brujas
hacia un crespo espacio de bujías en las pretinas
de algún cuerpo
o escapan de las convenciones de la modista
con los vellos tibios y el humo de los primeros
en asir a la bruja por el cuello
lo eterno pudiera ser abrujarse y perder los calcetines
en un lugar de cerámicas
donde el duende sucede los espejos continuos
hasta que la mano difusa recobra los azules llamados
del teléfono
en un tiempo sucio de pañales prestos para los encadenamientos.



XLI
EL CAOS PERDURABLE

El tercer color de la escalera
reside en lo perdurable del caos
que se inicia verde y acaba enrojeciendo
el descenso del extranjero
que no recuerda nada igual a la escalera
que no opta por recordarse a si misma
como el destino en los pasos del exiliado.

Afuera el viento rasga sombras
de antiguas compañías
o conduce los últimos gritos del día.
Serán mis ojos la repetición de esa puerta
o ese viento que anticipa el ave frenética de mis manos.

Muy cerca de un cielo de antenas los extranjeros
miran las próximas puertas, el escudo de enfrente
las penúltimas cornisas, los nuevos pájaros
que una bella mujer lanza al viento.

El extranjero que domina perfectamente el tiempo
y que ha vencido el sueño en el recuerdo irreversible
de algún vaso
a penas puede notar el empeño en la reposición
de las frutas
y no ve el próximo descenso
o la futura apertura en los sobres.
Los nuevos ocupantes salen antes que
las acariciadas palabras del espejo.

XLII
A LOS QUE VIENEN DE DAYTON

Qué sentido tiene vivir en Dayton
o amanecer en Crotona, en un tercer parque
si no hay un lugar que nos recuerde.

Si la riqueza no está en las medallas
en las vanas conquistas
no están en la imagen de ese barco
y esa pierna es apenas la ilusión
de una mano.

Lo que tiene sentido es la voluntad de salir
por esa puerta
y dejar el recuerdo a los que vienen de Dayton
donde nunca estuvimos.



XLIII
GRIEGOS EN EL INFIERNO

Al final de invierno se nos descubre este ser
para el código de los espejuelos turbios
se nos condena al saludo de los griegos antes de entrar
al infierno, al borde de las puertas giratorias
nuestra esparta oxida sus discursos, y nuestros leones
han tomado una roma, tal vez la última viudadez de los griegos
ante de terminar con Troya.



XLIV
EL ENOJO DE AQUILES

Mañana los griegos me echen del Olimpic
y tal vez la reversa acabe con la muerte de Homero
o este Aquiles que llevo sucumba
cuando las ratas de este día hayan roído su talón inaguantable
puede suceder al sitio, al aciago enojo de los griegos
al vernos diluídos, acaso frenéticos invirtiendo
los relojes, en el ensayo de nuestro último tarot
me echen ante la mirada recelosa de Hécuba
me conviden a este cake, nuestras poses de colmena
quieren ser corregidas cuando lleguemos al Olimpic.



XLV
EN LAS NOCHES DEL PLOMO

Hay un día en cuerpo
un año
acaso una hora entre los árboles de la avenida
el interminable consenso de dos olas
un posible cierre en los vientres
probablemente una mejilla traza el circulo imperfecto
de una boca
un borde libre de la futura mano codiciada por el rubor
del inútil desamparo de un seno
conservarte como el pez enlatado en la mochila de los marines
como el penúltimo cuerpo de un tigre
eres una estación perturbada por el dolor
tu futuro cuerpo libre
tu diario cuerpo con su vana cabeza suelta
la música calcárea de tu boca en la estancia sin ojos
tus diarias manos escritas,
augustas, deliberadamente quietas
perdidas vivas dichas
sobre el evitado borde la espuma
nuestros cuerpos en las sobras de otros
nuestros metros de tierra de agua ávida, tu pecho
nuestras últimas hilachas descubiertas
sobre el esternón
nuestros cuerpos y una única clavícula vestidos
de espalda y glúteos y cuellos, cosas no vividas
tu talle de paraguas poste contra el sueño
bajo el descuartizado lecho de la noche
nuestros cuerpos postergados en las carpetas,
en las noches de plomo se desvanecen.
como un mes dentro de un siglo
cabes en una era, pervives antigua
en una playa sin pájaros sedientos
ocupas los arrecifes la ropa sucia hilachas
de mar horas rotas contra los quicios de los
velámenes
como una playa dentro de un cuero
el agua discurrida perdura en las orejas desvividas
cortinas de agua discontinua volátil como un sueño
vuelve a ti
como nuestra última piel
infinito tambor de un pie privado de su regreso.



XLVI
PIE DEL ÉXODO

Antes de ser mis pies
o mis uñas
no crecían hacia afuera
sino enraizados contra el humo
modelados por la piel de un caballo
mis pies solos en el concierto
o en la plaza de armas
el mar consuela estos pies
sobre los velámenes hundidos
nuestros agudos pies de algas
de camellos o tigres
ignorados por mi
en el lado remoto de un cuerpo
de un lago
creciendo a 20 ardillas por minuto
incubando el éxodo
levantándose hasta constituir un puente
el pie sueña su danza
absurda lejanía entre el ombligo
y el pié
entre el ala y el pájaro soberbio
una línea precoz nos divide
en un norte y un sur
antes de ser mis píes mis axilas
la alquimia zodiacal de doblarse,
extenderse, buscarse, atraparse en los labios
encadenarse sumergidos en un tobillo verde
dentro de una calle donde no hay viento.



XLVII
LOS PIES DE ELLA

Te amo detenida en un pié,
en una uña
por tu acorazado pié recuerdo otros días
tus píes saben más de la tierra
miras veo tus píes ágiles, agudos senos
contra el recuerdo de un pié sigiloso
imborrable es el pié, ese contactado dedo
cuando orinas quiero ser tu pié, tu canción
más aguda, la tormentosa rodilla de una sombra
amo tus pies en la ducha, tu ignoras tus pies
a menudo yacen en el recuerdo de una casa antigua
gravitan entre cuadernos sedientos
no terminan, nacen de la tierra, crecen
abrigados por una mirada,
separados de mis tus pies de loba,
tus orejas lejanísimas para desclavar una rosa.

Hay en tu cuerpo zonas o mapas o diseños de espalda
cuellos, cojines por donde pasará mi cuerpo, tal vez
dialogas con mi mano, huyes hacia una futura conversión
mis nervios te buscan, sobre el muslo proclamado
solo el pié nos dibuja, nos lanza irreversibles
a la viudez de una boca
solo el pié hace el cuerpo, tu talle nace de un oculto
pié, tus manos observadas por tus píes,
muerto vano el empeño de ocultarlo.



XLVIII
HAY UNA SOMBRA

Hay una sombra de acupuntura en las cartas
después del mito de las piernas cruzadas
vienen las abluciones, el vaso maligno
y la canción atada al barco que se fue
después sabremos de los soberbios píes del suicida
en las habitaciones donde el doler cohíbe su talón
faltará agua sal pan, silla a la mesa contenida
en las manos
a la vuelta de los quesos del exiliado
detrás de las acupunturas de la hora hay una panadería
en las puertas donde
el cuñado encerrado en la sierra pena bajo el horror

adicto a su talle, acuerda su vejez en las pinzas
diseña el mapa de un sábado dichoso
después el ging seng aparece en la revisión de una conjetura
en el pié de las aldabas
ocultando el mito de las uvas y las piernas cruzadas
por los placeres inferiores.



XLIX
EL PANTALÓN VACÍO

El verano siempre trae sus bancos
el olvido de algún árbol aparece sobre las nuevas hojas
el olvido de algún tren dibujado en un parque
y la brisa incandescente no cesa
de ayunar en los oídos avistados en los dinteles
recuperados en las puertas
las fingidas manos en los trazados bordes
de una abeja
ya no recorre el límite arruinado
o el aviso aparece en la mirada accidental tendida
sobre los restos del día, no en el cabello.

Hay un tobillo perturbado, una pasión
de cuello sosegado debajo de las arañas
o los ruidos de la madera, el amor de los estibadores
tortura zodiacal de los sometimientos de hierro
en la fuga de dos cuerpos
en las manos proclamadas sobre el irresistible ovario
el verano trae la nueva moral de las piernas desnudas
la celebridad emputecida falsea
la irrescatable huella de un sueño, al borde de otro
sueño, el pantalón vacío, los lentes, único sueño
tras las últimas cornisas de un sueño con tus manos.

Hecharemos de menos los relojes contrarios
las orejas contadas hasta la sordez de un beso
en las bóvedas, en los confines de una cuerpo
echaremos de menos las ofensas de un dado
en las piernas
aquel día en que barajamos la mañana y te diste a soñar

sobre las últimas cartas y dijiste bien, construyamos
un codo taciturno
reiventemos las lijas, la incestuosa consagración
desnudarnos pisando sobre las huellas de alguien
desvestirnos de uña, liberarnos de un anillo salvado
en un lugar en donde otros amantes encontraban
el otoño disperso de un muslo
siempre hubo un lugar donde el agua no entró
una sortija recordada, aquella falta de sed,
y comenzar a quitarnos el corazón, los años de nicotina
nuestra enfermedad de ayunar frente a un ombligo
cómo escoger el museo, las salas de arte, las sombrillas
de algún cuadro, el más viejo dolor de un zapato
y comenzar a oírnos por la oreja de Van Gogh,
afrontar una mano desvaída
la cinta rosada, tiranizar los cabellos del día
con el arcoiris de tus ojos
o las velas consumidas hasta el sueño
el humo vapor consumido
hasta descubrir heridas sigilosas, tenues revelaciones
echaremos a perder las tinas, los jarros sedientos
las duchas sin una gota de yodo,
las pinzas de la laceraciones
mientras esperamos el agua, la sal del agua
la luz frutal, insidiosa de una axila pensativa
encenderemos las piñas asombradas, los naranjos
concebidos como una maldición
las orejas con sus olvidásemos, el ombligo de los destierros.
separados por el séptimo escalón
por nuestra última media, hay un nexo entre nuestras últimas
vestiduras y nuestra último odio,
nuestro amor quiere ser conservado en su elección
de espejuelo o de revista, atardecer en su visión
de raya, de triángulo,
hay un mapa que nos pertenece, separados por el horror
de estar juntos, por las escalas sigilosas que hay disueltas
entre un corazón que se va y otro que desaparece
hay un sueño no decidido aún,
un despertar impetuoso frente a un sueño codificado por la sinrazón.