Saturday, June 30, 2007

La ficción de lo pictórico en El olor de las yeguas de Fernando Ureña Rib


Por Tomás Modesto Galán


A propósito del honor que me ha brindado hoy la dirección de este centro cultural-librería Caliope en la persona de su ejecutivo, el señor César González, de presentar una nueva obra nacida en ese otro ultramar de la república, se me ocurre que hay que continuar proyectando e incentivando la cuentística dominicana no solo en su versión escrita, en su tendencia a expandirse en la escritura, en su quijotesco deseo de aventuras, de conquistar lectores, que si bien no tuvieron la dicha de los hermanos Ureña Rib , que contaron con la presencia de su Tía Gracia o de algún otro pariente cuentista o tal vez una abuela que viviera para siempre en la parte alta de una chorrera fresca de un pueblo que pudiera ser Monte Adentro, donde transcurrieron los veranos felices de la infancia de este Fernando, autor del texto que ahora nos invita a compartir esta noche y que ha titulado extrañamente : El olor de las yeguas, este libro que le debe mucho al amor, al deseo, a la pasión que nutre la nueva narrativa dominicana y latinoamericana, y que no es más que otro reto en la vida de este gran pintor dominicano, una prolongación del artista que ya no se conforma con pintar, esculpir, dibujar o lanzar un aeroplano sobre el hastío. Su lectura, hoy tan necesaria como su pintura, nos trae algo mágico, que viene de la infancia, de los viajes, de los estudios, de la investigación y de esa ambición sin medida, que continua expandiendo el imaginario de un artista, haciéndolo conquistar otras fronteras, rescribiendo la biografía social y personal, múltiple, orgánica, llena de colores, de acciones que nos llevan de la mano hacia esa lumbre con leña de un patio con luna donde es posible nacer, morir, saltar y hasta abrir los ojos como un signo de que el corazón sobrevive en medio de tisanas con hojas de naranja y guanábanas; son estos textos unas preguntas, unos espacios abiertos para salvar la noche del aburrimiento y la soledad, relatos que vienen a demorar este deseo de volver a esos años paradisíacos que tuvieron sentido, porque Tía Gracia y tal vez algún otro miembro de la familia, deseoso de que no se perdiera esta fascinante tradición oral de contar sin proponerse otra cosa que mantener viva la lengua, la imaginación y la sensibilidad, siempre lista para recuperar historias que el tiempo debió ir transformando en otras variaciones. Servían como terapia, en aquella época en que, por fortuna, todavía carecíamos del poder demoledor de las nuevas tecnologías de la postmodernidad y la globalización, instrumentos habituales, sin las cuales nuestras vidas ya no tendrían sentido, pero que lamentablemente aun permanecen listas para aislarnos y hacernos creer que ya no hacen falta nada ni las tías ni las tisanas ni llevarnos rendidos al catre donde continuamos perdidos en un mundo de miedo y suspenso que la imaginación ha hecho posible, gracias a que contamos con el poder de las palabras, listas para exorcizar los demonios de la escritura.

Como este intento quiere ser una síntesis, una motivación sobre el valor literario de El olor de las yeguas, debo evitar detenerme demasiado en asuntos particulares y me moveré en sus generalidades, aquellos tópicos que a mi pudieron llamarme más la atención como lector de esta obra que amerita revisiones, re-lecturas. Al final de cada texto queda ese deseo de volver atrás, a esas perplejidades, llamémosle interrogantes, extrañezas que se mueven en varios niveles. Unas son los personajes, arquetipos sociales, amplios en su diversidad geográfica, insertados con pericia en ambientes urbanos o semiurbanos de finales de un capitalismo tardío, que aun no ha puesto todos los pies sobre la tierra, eliminando los precapitalismos que persisten en medio de la urbe, tal es el caso de del Coronel, engendro de ese mundo por superar que nos mete de golpe y porrazo en una fiesta teatral interminable, ciertamente autocrática, con todos sus músicos camuflados de civiles y que vienen a instaurar una orgía curiosa donde el oficial, bayoneta en mano, quiere con urgencia corregir una absurda protesta, esta vez llevada a cabo por los que no pueden defenderse, los gallos, animales indefensos, que luego alimentaran la resaca de los bárbaros y esto ocurre en El canto de los gallos, donde los espectadores pueden ver el brillo nocturno de múltiples parejas empapadas de ron. En otra exploración de la ridiculez de final de época, de temor del final, el autor fija la vista, yo diría la lupa con pincel y todo, en El reloj de agua, donde una cantante lírica retirada de París protagoniza una historia increíble que se inicia como casi todas las historias de este libro, con una anécdota iluminada por una imagen visual o al revés, en este caso una mancha en el techo casi imperceptible que luego se transforma en el centro de todo un huracán familiar, trascendiendo esta limitación a medida que la crisis de la mancha se profundiza, demandando la artista el concurso inmediato de su carabinero Jerónimo, un milanés modernizado, listo para dar con la clave de una gran mancha que se ha transformado en El reloj de agua, a donde serán descubiertos, no solo los entuertos provocados por los caprichos y los gustos de la cantante de ópera, que han alterado los mapas de la construcción, humillando su deseo de cantar como antes, reproduciendo su vida europea en los límites de una montaña en el mismo centro del Caribe, crisis que la hace echar de menos el sosiego de su desnudez en la bañera, también sus siestas de cantatas solitarias, exilio donde aun persiste la nostalgia del pasado, lugar del gran reloj donde se va a ocultar la muerte como un vicio de construcción. Los haitianos descubiertos durante la segunda odisea final que la monstruosa mancha ha desatado por los descuidos del carabinero caribeñizado, yacen enterrados allí para evitar los inconvenientes legales de estas circunstancias, para luego explotar como una bomba cuyas víctimas el lector habrá de juzgar, porque al final solamente éste puede rescribiendo estas historias.

La pasión por el arte y por la naturaleza anda de la mano en El olor de las yeguas. El lector podrá sentirlo o vivirlo que son cosas comunes, cuando asistimos a una narrativa que se detiene solazándose en la contemplación, como ocurre también en La escultura de la fuente donde podemos dudar de la identidad del narrador que a veces se nos presenta como un poeta que narra o un ensayista que pinta y narra a la vez. En esta historia dialoga con el cuerpo inerte de una mujer que deviene en estatua o podría ser al revés, esta ambigüedad la sentimos en muchos de los textos, esta sensación de que el personaje se desdobla o ha sido desdoblado por la mirada descriptivamente minuciosa de Fernando, quien es el interlocutor que habrá de decidir lo que vemos: un paisaje, el misterioso ambiente que lo hace revivir el mundo que ya había habitado ella y a al que más tarde habrá de retornar porque:

“Cuando resurjas, comprobarás que ya todos se han ido. Detrás de los ventanales de cristal entreverás la mancha gris del mayordomo y de Sultán, su perro jadeante, alejándose rápidamente, hundiéndose en las últimas sombras.”[1]

El relato concluye subrayando la motivación de la escritura, cuando el narrador o el pintor que narra, el que ha entrado al espacio donde duerme la estatua, el cuerpo tendido de aquella que ya no se ve en los espejos y que sin embargo no está sola, porque el que le tiene amor al arte y lo lleva consigo donde quiera que va jamás está solo, ya es libre, como la bailarina que desnuda ha escapado al conteo del tiempo en los calendarios y que ahora vive fuera de los límites precarios de la cultura y sus mitologías. Se ha transformado en un absoluto.

En todos estos relatos hay una fascinación por el lenguaje, los detalles, la forma de las cosas y el movimiento que hace la narración posible, fluyen dentro de su agradable brevedad con ligereza o lentitud, atrapados dentro de un lenguaje sencillo y hondo, complejo y culto. Son imágenes que surgen, se encienden iluminando un espacio, repasando una biografía, un paisaje, creando una gama amplia de sensaciones auditivas, visuales, táctiles, térmicas u olfativas, como ocurre precisamente con El olor de las yeguas que trasciende la lectura y nos invade desacralizando el instante, impregnando todo y haciendo que alguien, ser que no se nombra, un jinete, el animal que escribe lo que ese olor tiene de perdurable, tal vez es otra yegua o un caballo agazapado en nuestros gestos, por eso el relato, el cuadro que es, con todo su colorido nos dice:

“...Y no sé por qué ese olor me impregna una ligereza de alas que me incita a correr a galope entre las malezas del río hasta los abrevaderos de Manabao, en donde pasto, inquieto, hasta el amanecer.”[2]

La brevedad permite que podamos ver cómo crece la imagen, la sensación que impregna los sentidos y que invita al ser ya transmutado o metamorfoseado por el deseo, a jugar con la yeguas desde cualquier perspectiva. Lo que perdura es la sensación pervirtiéndonos o desnudándonos de la inocencia. Lo que seduce es el color, el movimiento y el olor furioso del deseo provocado por la imagen que juega con nuestros sentidos.

Muchos de los textos nos dan esa impresión o sensación pictórica, haciéndonos creer o confirmar que estamos frente a un pedestal o un trípode o tal vez frente a una ventana, donde las sensaciones luchan entre sí o compiten con las acciones que le darían movimiento a la historia, si es que a caso estamos frente a ese concepto tradicional con toda su hermenéutica. Es en estas circunstancias que podemos ver cuando arriba un personaje. Su nombre: Ana Verónica, estrella central de La cómplice, huyendo de una atracción fatal, de un amor traumático en medio de una gran nevada que detiene la cotidianidad y que sirve de escenario a un relato extraordinario donde la divina providencia o el azar, motor de las historias, le provee un refugio, un raro templo, una embajada, un hombre que espera el final de la caída blanca la acoge rompiendo con las reglas del protocolo y esos días de espera le sirven doblemente de terapia, porque allí encuentra la paz y la complicidad de la nieve, mientras el árbol es violentado por la soledad.

Si bien no estamos frente a cuadros o relatos feministas, sí hay una presencia femenina narrada por una voz masculina que muchas veces evoca el deseo protagónico de un hombre que no puede vivir sin su mujer y esto se siente en el Nahual, donde una mujer ha trastornado a un pescador alucinado transformándola de pronto en la razón de su vida, por lo cual inicia una búsqueda que solo deja de ser inútil cuando un hechicero le señala el sitio donde habrá de encontrar a la mujer iguana, precisamente en el bar que lleva su nombre y donde habrá de vivir la segunda experiencia de su vida, el encuentro con una Laura desconocida, pintada exactamente como se la había descrito el hechicero, como una imagen aterradora.

Cuentos o relatos, estas breves narraciones nos recuerdan a veces Las fábulas urbanas, del mismo autor. Son textos circulares cuyo final se preludia, pero no lo sabemos hasta que llegamos al final, hay un dato en los primeros párrafos, una conexión. El final obliga al lector a una relectura del texto completo. Sus textos son muchas veces un viaje, lo que haría del libro, de algún modo un libro de viajes y no solo textual. Casi siempre hay una búsqueda, algunas veces es una mujer que debe ser salvada, un animal, es una señal premonitoria de una guerra en el país donde nació una de las primeras civilizaciones y que parece ser inevitable y que ya ha sido interpretada en un diálogo que ocurre en otra época remota simultáneamente con el desastre. Son viajes, odiseas, búsquedas en el vacío donde un personaje parece hablar consigo mismo, dando la sensación de que el que viaja está solo y el único recurso que rompe con el silencio son los pensamientos afectados por la voz, la de la conciencia fortalecida por una bebida que lo envalentona hasta alcanzar El valle de los dioses, donde continua recordando a su amada Ana Verónica.

(CALIOPE, 6/OCTUBRE/05)


[1] Ureña Rib, Fernando, El olor de las yeguas

[2] Urena Fernando, El olor de las yeguas

1 comment:

Unknown said...

This guy is gay and a childmolester.......